martes, 6 de mayo de 2014

Sobre la crítica de Ortega a la Restauración (II)


  En un artículo anterior del mismo título, expusimos como Ortega ponía lo esencial de su crítica al Régimen de la Restauración Canovista decimonónica en haber copiado el modelo constitucionalista inglés de una Monarquía Constitucional con turno de partidos. Vimos como Ortega consideraba que dicha Constitución se introdujo sin haber reflexionado previamente sobre la realidad española, muy distinta de la inglesa, por su atraso industrial y científico, para después elaborar una Constitución que teniendo en cuenta tales atrasos, permitiese superarlos. Según explica magistralmente Ortega en La redención de las provincias, la Restauración no cayó principalmente por las críticas de los intelectuales regeneracionistas a la corrupción y mediocridad de sus políticos, sino por serios defectos de diseño y construcción de la Constitución canovista al chocar esta con la España real. Una España mayoritariamente rural y atrasada donde las Ideas modernas que representaba dicha Constitución canovista cayeron en terreno yermo por lo que no se pudo llevar a cabo lo que llamaba Ortega la necesaria vertebración del país.

Pues era en la falta de invertebración de España, que Ortega presenta en su conocida España invertebrada (1921), donde radicaba, a su juicio, el problema de todos los problemas, irresuelto desde el principio de la constitución real de la propia España como entidad histórico-política. Dicho problema lo explicaba Ortega por una característica en el cuerpo social hispano que nos diferencia en el origen de los otros llamados grandes “reinos sucesores” de la Edad Media europea, franceses, ingleses y alemanes: la escasez y debilidad de influencia de nuestras elites o minorías intelectuales necesarias para la constitución de toda sociedad humana. En su obra más influyente, en La rebelión de las masas (1930), Ortega analiza con más detenimiento la relación masas-minoría que rige toda sociedad, la cual no debe entenderse en un sentido meramente político sino en un sentido sociológico más amplio. Puede ser comparada por ello con la distinción de Augusto Comte entre un “poder terrenal” y un “poder espiritual”, constitutivos básicos de toda sociedad humana. Como es sabido, para el filósofo francés, influido por el Conde de Saint-Simon, el poder terrenal en la sociedad medieval europea lo detentaba la aristocracia guerrera feudal y el poder espiritual el clero católico. Tras las revoluciones políticas modernas, el poder terrenal pasaba a las clases industriales y el poder espiritual a las nuevas clases ilustradas de científicos, filósofos y artistas. La Restauración canovista se apoyaba, en su intento de modernización del país, según Ortega, en unas clases industriales muy poco desarrolladas dadas en el contexto de una España mayoritariamente rural, junto con una intelectualidad moderna escasa, débil en su influencia social y mera imitadora de la ilustración inglesa o francesa.

Ortega atribuía, en España Invertebrada, la debilidad de dicha minoría ilustrada española, en su influencia social, al “odio a los mejores”, a la aristofobia, o la llamada “envidia igualitaria”, reconocido pecado capital del pueblo español, que habría producido una selección inversa a la hora de encumbrar a las necesarias minorías dirigentes, seleccionado a los mediocres en vez de los más excelentes. El origen de tal desbarajuste creía hallarlo Ortega en las características diferenciales del pueblo germánico, los visigodos, que nos invadió y dominó al final del Imperio romano. Dicho pueblo, “alcoholizado” del decadente romanismo del bajo Imperio, fue un lastre a la hora de la formación de una sociedad medieval feudal en las marcas de la antigua Hispania, equiparable a las que formaron los francos y sajones. De ahí la diferencia y anormalidad española en relación con el resto de Europa.  Pero. la hipótesis orteguiana se apoya en la cientificidad discutible de la Psicología de los Pueblos y ha sido, por ello, mayormente rechazada en el marco de la Historia con pretensiones científicas. No obstante historiadores de la talla de Claudio Sánchez-Albornoz, en su España: un enigma histórico (1957), sostienen la debilidad del feudalismo español en una hipótesis más positiva y verificable como es la mayor igualdad social de las sociedades castellanas necesaria para subsistir en una prolongada guerra de fronteras con el Islam (La Reconquista), que hubo de movilizar no solo a los guerreros feudales sino a todo el pueblo, en una Guerra total bien distinta de los “torneos” feudales propios del resto de la Europa occidental. De ahí habría surgido una aristocracia feudal débil por estar atrapada en la doble dependencia vital de unos reyes caudillos o conductores y del pueblo llano colaborador indispensable en tales guerras. Por eso España se constituyó como la primera Monarquía Absoluta europea, cuando los Reyes Católicos someten a la nobleza y utilizan políticamente la Inquisición para eliminar todo “poder espiritual” separado del poder político (no solo las minorías judaizantes o reformistas modernizantes, sino a la propia élite eclesiástica tras el llamado “saqueo de Roma” por las tropas imperiales de Carlos V), poniendo las bases de la formula “Por Dios hacia el Imperio”, que caracteriza el poderoso, e impresionante en un principio, Imperialismo católico español, que alcanza su cenit con Felipe II. Pero los cambios que se estaban produciendo en el mundo de las ciencias, la economía y la filosofía, tras el Renacimiento (imposibles de influir en una España cerrada al exterior y con minorías egregias, como Fray Luis de León, Cervantes, Quevedo, etc., marginadas o castigadas por el stablishment), hicieron enseguida obsoleto el intento español de continuar quijotísticamente los Ideales absolutistas mezclados con el catolicismo y el proyecto imperialista español acabó siendo frenado y reemplazado en el desarrollo y modernización europeo por el Imperialismo francés e inglés.

Tras una larga y penosa decadencia, España solo empezó a modernizarse con la pérdida del Imperio y la crisis de su Monarquía Absoluta. La Restauración canovista representa, por ello, el primer gran ensayo de modernización, donde se quiere establecer un régimen político liberal, pero acabando en un sonado fracaso que conduce a dos Dictaduras y una cruenta Guerra Civil. El diagnóstico de tal fracaso lo plasma magistralmente Ortega  en su famosa conferencia “Vieja y Nueva política”, pronunciada hace ahora un siglo en el madrileño Teatro de la Comedia. Ortega pone entonces la posibilidad de una regeneración del país en la constitución de una minoría egregia europeizada, esto es, educada en la ciencia y en la filosofía modernas, que influya con sus Ideas en la marcha política del país. Por primera vez asistimos entonces en España al ascenso de una brillante minoría intelectual, de la que el propio Ortega constituyó la cabeza más visible e influyente a través de la Liga para la Educación política y de la Agrupación al Servicio de la República, con Marañón y Pérez de Ayala. La polarización de las fuerzas políticas republicanas en una izquierda “roja” y una derecha “nacional” hizo inviable el establecimiento de una republica liberal estable, con lo que se volvió imposible la necesaria influencia intelectual en la política de las minorías liberales cultas. La izquierda rechazó dicha influencia por su carácter totalitario, incompatible con el liberalismo orteguiano. La derecha radical falangista, que tanta influencia tendría en el nuevo Régimen franquista, también era incompatible con la apuesta orteguiana, por su rechazo de la democracia liberal, no obstante lo cual, debido al carácter “autoritario” más que “totalitario”, que se le atribuye a la ideología de José Antonio Primo de Rivera, líder fundador del falangismo, la apuesta orteguiana por una élite dirigente encontró cierto eco en una influyente porción del falangismo gobernante en la dictadura franquismo. Sin esa influencia no se entiende la figura de Torcuato Fernández-Miranda, un falangista aperturista influido por Ortega, que diseñó, por encargo del Rey, los planes de la Transición a la Democracia, felizmente llevados a su culminación con Adolfo Suarez.

Hoy nos encontramos ante la crisis y la desligitimación creciente del segundo intento de Restauración de una Monarquía democrática en España. Y de nuevo, un siglo después, vuelve a la actualidad la crítica de Ortega a la Restauración, por sus extraordinarias semejanzas con lo que nos está pasando, de nuevo, a los españoles. Se vuelve a hablar de la mediocridad de nuestros dirigentes, de la ausencia y falta de influencia de las minorías cultas, etc. Algunos partidos políticos, Como Ciudadanos, UPYD, etc., empiezan a buscar la representación política de las minorías intelectuales, con lo que parece volver a abrirse camino la hora de la necesaria intervención en los asuntos nacionales de las minorías liberales cultas frente a unos partidos de masas que, cegados por unas ideologías simplistas y dogmáticas, en gran parte ya periclitadas, están fracasando en la batalla por la modernización política, económica y cultural de España. Pero, la tesis orteguiana de la ausencia de minorías egrégias en España, -dado el conocimiento más profundo que hoy tenemos de nuestra Historia a diferencia de lo que ocurría en tiempos de Ortega-, no debería entenderse en el sentido de un defecto racial congénito de los españoles (la narcotización visigoda) sino en un sentido ligado a las circunstancias especiales de la constitución de España, como la invasión islámica. Superadas tales circunstancias y las de la Monarquía Absolutista, que no favorecían la existencia y el influjo de unas elites modernas, nada impide que, al variar tales circunstancias, para decirlo orteguianamente, tenga que varíar, a su vez, el “yo” o la conciencia de los españoles. El éxito e influencia indiscutiblemente reconocida que tuvo el propio Ortega en el primer tercio del siglo XX, lo prueban. Por ello hoy sigue siendo posible que se repita aquella necesaria, benéfica e iluminadora, influencia de nuevos Unamunos, Ortegas y Marañones en el difícil panorama que se nos presenta tras el fracaso y descrédito de la actual oligarquía bipartidista dominante y ante la confusión ideológica reinante. De momento podemos observar un fenómeno que ya vió Ortega y que ahora se repite: una España oficial que estorba y no deja torear a la España vital, aun minoritaria y débil, pero que poco a poco empieza a hacerse notar.
 

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