jueves, 16 de agosto de 2012

Sobre la unidad europea

Una de las causas que nos parecen más importantes, entre las que actúan en la crisis económica que está golpeando con más fuerza a los países del Sur de Europa, y especialmente a España, es la Idea de Europa que domina en las cabezas de los líderes políticos que actualmente gobiernan en la mayor parte del continente europeo. Una Idea que hoy impulsan especialmente Francia y Alemania. Se trata de construir Europa como un Super-Estado Federal, según el modelo de los Estados Unidos de América, con un poder “terrenal”, unificado por el poder económico de una única moneda, el Euro, sometida a un Banco Central, y un poder “espiritual”, alimentado por un humanismo idealista basado en los ideales del progresismo democrático más fundamentalista. Con ello se pretende adquirir un poder de peso internacional, equiparable a los grandes Estados “continentales” como USA, o China, basado en la unión de los Estados europeos soberanos occidentales y los europeo-orientales que han recuperado su soberanía tras la caída del Muro de Berlín. 

Todo parecía seguir un curso de creciente progreso, a golpe de Tratados, Acuerdos, Referéndums, aislamiento de los países euroescépticos, como Inglaterra, etc., cuando, de pronto, la moneda única entra en crisis por los desastrosos efectos que su aplicación conlleva, nada menos que en casi toda la llamada Europa del Sur, afectando a países claves para Europa, al menos por su tamaño económico, como España e Italia. La solución que se propone mayoritariamente consiste en una mayor cesión de soberanía que alcance a la propia fiscalización de las políticas internas de los Estados miembros. Parece una propuesta muy racional sino fuera que la razón, cuando sueña, suele producir monstruos. En este caso, empieza a asomar el monstruo de un neo-imperialismo alemán, debido al indiscutible papel de Alemania como “locomotora económica” europea. 

Se encienden, por tanto, las luces rojas de peligro. Se empiezan a ver las orejas del lobo y es, entonces, cuando, en España, la mezcla de políticos y periodistas del llamado “Sistema”, se ven obligados a invocar a Ortega y Gasset, al padre que previamente han estado tergiversando, cuando no olvidando, en tantas cosas en que se le debería haber hecho caso, como en su advertencia de no confundir autonomismo con federalismo, mera descentralización de competencias, con reparto de soberanía (Ver, en este Blog, "El problema catalán", 14-11-2010) . Invocan al Ortega que propuso la necesidad de la Unidad Europea en su famosa obra, La rebelión de las masas o en De Europa meditatio quedam y Europa y la idea de Nación, pero sin leerlo. Pues, si lo hiciesen, verían que Ortega no defiende una “federalización” de Europa, como quiere el “paneuropeísmo” tan de moda, sino más bien una “confederación” en la que persisten las soberanías nacionales, por lo que la unidad europea no puede ser la resultante de una imposición federalista, como la que ocurrió en la Guerra de Secesión norteamericana, sino de un equilibrio de poder (balance of power) entre los diferentes Estados nacionales. Equilibrio que no es más, según Ortega, que un desarrollo del efectivo equilibrio de fuerzas que está en el origen de Europa como civilización plural en sus naciones, resultantes de los reinos medievales, y diferenciada, por la posesión y desarrollo espectacular del conocimiento científico y filosófico, de las otras civilizaciones orientales todavía existentes o ya desaparecidas.

Pero, todo equilibrio, para mantenerse, precisa de un árbitro que actúe como un mecanismo de feedback, capaz de realizar labores de contrapeso, corrigiendo y sancionando los excesos. Esta labor la llevó a cabo la Iglesia en la Edad Media como poder diplomático y cultural mediador entre los reinos (el origen de la diplomacia europea está en el Vaticano) y, en la época Moderna, dicha función la llevó a cabo la política de balance of power que asumió, como propia, la Inglaterra moderna. No obstante, la incapacidad inglesa de continuar esa política en el siglo XX, a pesar de disponer de políticos tan brillantes como Winston Churchill, llevó a la pérdida de dicho poder arbitral tras las dos grandes guerras mundiales, cuyos resultados condujeron, no ya a la mera corrección de excesos, sino a los grandes proyectos de refundación de Europa, y no presionados por otras civilizaciones, sino por dos tipos distintos de pueblos europeos de frontera: uno USA, considerado por el propio Ortega entonces como una proyección de Europa que genera un pueblo joven, y el otro la URSS, formada por otro pueblo joven, de origen europeo, pero ocupando la frontera con Asia. El proyecto de la Europa comunista ya fue visto por Ortega como llamado a fracasar, por ignorar el liberalismo irrenunciable para el europeo maduro. La Unión Europea actual tiene su origen en la protección norteamericana sin la cual no se hubiese producido la impresionante reconstrucción industrial que hubo tras la guerra.

Pero, una vez que finaliza la llamada Guerra Fría, tras la que, al menos políticamente, USA dejó de ser aquel pueblo joven que Ortega contempló, convirtiéndose en la primera Superpotencia mundial, su interés y atención preferente se desplaza a los nuevos centros de conflicto mundial como Oriente Próximo y el Sudeste Asiático. Ya Ortega señalaba como futuros enemigos de Europa, no tanto a USA o la URSS, cuanto al “magma árabe” y al “peligro amarillo”, anticipándose a lo que hoy se denomina la peligros alianza confuciano-islámica. Europa parecía encarrilada en su “empresa” ilusionante de la Unidad Europea, pero se vio aquejada por dos contagios que amenazaron epidemia: por un lado, un anti-americanismo creciente, derivado de la Guerra Fría y de la descolonización, manifestado con ocasión de las Guerras de Vietnam y de Irak; y por otro lado, la creencia alemana y francesa, principalmente, de que la superioridad cultural europea, frente a la prepotencia arrasadora de la “cultura americana de masas” solo podía preservarse, a largo plazo, consiguiendo la independencia y autonomía política y económica, frente al Imperio yankee, ante sus primeras dificultades por seguir controlando el orden económico y cultural mundial tras la llamada Globalización. 

Sin embargo, el anti-americanismo es algo contra-natura para la Unidad Europea, pues el Proyecto de Unión Europea, en el que nos hayamos inmersos, no puede olvidar que su origen está en el sacrificio y apoyo bélico y económico de los norteamericanos, sin el cual no habría la actual Europa civilizada y tolerante. Pero, además, es necesaria la intervención arbitral norteamericana en la política de balance of power, que Ortega ve como necesaria para una Unión, no federal y unitaria, sino confederal y plural, en la que se conserven las naciones. EEUU, la democracia más estable y duradera, después de la inglesa, no debería levantar suspicacias de conducirnos a nuevos despotismos políticos. Los europeos debemos reconocer su superioridad política en un sentido similar a como los griegos más conscientes acabaron reconociendo la superioridad política romana. Pero a cambio, así como los romanos aceptaron la superioridad de la cultura griega y la extendieron por todo el mediterráneo de la mano de su gran poder y autoridad política, los norteamericanos deben aceptar la superioridad de la cultura europea continental, frente a la cultura meramente anglosajona que hoy los domina, hacerla suya y propagarla. Eso está ocurriendo, de hecho, en los últimos tiempos, con manifestaciones culturales muy variadas como las que van desde la humilde cultura culinaria, que va imponiendo la superioridad de la llamada “dieta mediterránea”, hasta productos culturales más excelsos como el pensamiento filosófico, que está dando un giro espectacular pasando del dominio de la “filosofía analítica” de procedencia inglesa a la creciente influencia de las tradiciones filosóficas continentales franco-alemanas de Husserl, Heidegger, Merleau-Ponty, etc. (Ver en este mismo Blog: “La vuelta a Husserl de Dan Zahavi”, 5-3-2012). 

Ortega mismo consideraba que lo fuerte de la cultura inglesa, no era tanto la filosofía. como la ciencia: “El positivismo 'reinante' en Europa por los alrededores de 1860 era el de Stuart Mill y otros ingleses, y los ingleses que han hecho tan altísimas cosas en física y en casi todos los órdenes de lo humano, se han mostrado hasta ahora incapaces de esta forma de fair play que es la filosofía” (La idea de principio en Leibniz, Rev. de Occidente, Madrid, 1979, p. 206. En nota a pie, considera que la influencia de Locke y Hume en la filosofía del siglo XVIII, “no fue la de una filosofía, sino la de una serie de agudísimas objeciones a toda filosofía"). En tal sentido, la dieta de la filosofía inglesa habría sido tan nefasta para la cultura americana como la dieta de los “burger” para la salud de sus ciudadanos. Por tanto, es necesario redefinir la Unidad Europea, en el “espíritu” de Ortega, abriendo una discusión bajo estos presupuestos y no considerar maniqueamente la alternativa simple de que no estar en el Euro o en la mentalidad dominante franco-alemana es salirse del proyecto de Unión Europea. Al margen de que deben contemplarse otras posibilidades para España, como la proyección industrial hacia hispano-america, siguiendo, en esto sí, el pragmático ejemplo de los ingleses que tienen un pie en las instituciones europeas y otro en su Commonwealth

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