lunes, 11 de febrero de 2013

En la muerte de Eugenio Trías

     Ayer por la noche, por las noticias del Telediario, me entero de la muerte de Eugenio Trías, uno de los filósofos españoles más destacado y original de las últimas décadas. Tuve ocasión de conocerlo personalmente con motivo de una conferencia que impartió en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oviedo en 1989, invitado por Gustavo Bueno, y charlar con él en la cena y la comida con que fue agasajado por el Departamento de Filosofía, como suele ser costumbre con los ilustres conferenciantes. He sido lector de su brillantes libros de carácter ensayístico desde mis tiempos de estudiante, allá por la década de los 70 y continué leyéndolo cuando, en la década de los 80 inicia un giro en su producción filosófica, con la publicación de Los límites del mundo (1985), hacia la creación de una filosofía  de carácter más académico, en el sentido platónico, y por tanto más árida y sistemática, siguiendo el lema spinozista de que "lo excelso es tan difícil como raro". Es, a mi juicio, esta parte menos ensayística de su obra la que lo separa de compañeros de generación y de éxito literario, como Fernando Savater, haciendo de él "el más sobrio entre los ebrios" neonietzscheanos, por ser el único de entre ellos que consigue pasar de la ebriedad literaria de juventud a la sobriedad "metafísica" de madurez. Son estas reflexiones "metafísica" en torno a la heideggeriana "pregunta por el fundamento"  que, sin embargo ponen a la filosofía española de los años 70 y 80, -ciertamente marginada frente a las veddettes mediaticas de la filosofía al minuto, esos fast thinkers del fast food cultural de que habla Pierre Bourdieu en su obra Sobre la televisión-, a un nivel equiparable al de la filosofía que entonces hacían los Habermas, Foucault o Derrida, aunque la corrupta y mediocre clase político-mediática que nos domina durante esas décadas no haya podido o querido darse cuenta y reconocerlo en su momento. Ahora comenzará, como tantas veces, la ceremonia oficialista de las lagrimas de cocodrilo ante la gran figura que se ha ido.

     Mientras tanto, hoy podemos decir que Eugenio Trías no llegó a viejo. Una "larga enfermedad" nos lo ha llevado a los 70 años. La última vez que lo vi y tuve ocasión de saludarlo fue con motivo de otra conferencia impartida en la Universidad de Oviedo en relación con la publicación de su libro El canto de la sirena (2007). Habían pasado casi 20 años desde aquella otra conferencia en Oviedo y tuve una sensación muy parecida a la que relata Marcel Proust en el comienzo, si mal no recuerdo, del último tomo de su obra En busca del tiempo perdido, titulado El tiempo recobrado. Allí, los personajes principales de la novela comparecen de nuevo en un baile pero, al describirlos, el novelista nos sorprende poniendo de manifiesto como su pelo había blanqueado y sus rostros aparecían ahora, ante el lector, como súbitamente envejecidos.  Así se me apareció entonces Eugenio Trías, de forma para mi inesperada, con un rostro súbitamente envejecido como consecuencia de la enfermedad cancerígena que padecía. Una sensación de melancólico estupor me embargó entonces al contemplar como un mundo que descubrí en mi juventud mostraba de forma nada bella ni sublime, sino más bien siniestra, -en el mismo sentido en que Trías dio forma conceptual a dicha palabra en su obra Lo bello y lo siniestro (1982)-, la cercanía obscena de la muerte. 

     Ofrezco a continuación una exposición y valoración crítica de la filosofía de Eugenio Trías publicada en mi libro Del Yo al Cuerpo. Esbozo de una Historia de la Filosofía Contemporánea en relación con la Filosofía española actual (2011), pp. 208-216.

     "En paralelo con los “sesentayochistas” parisinos o berkeleyanos surgió en España, ya en la década de los 70, una generación de jóvenes filósofos que propugnaba,  cansados de Marx y del viejo progresismo, un retorno a Nietzsche. Fueron llamados neonietzschanos o 'filósofos lúdicos' y entre sus figuras más importantes destacan Fernando Savater, Eugenio Trías, Antonio Escohotado, Javier Sádaba, Victor Gómez Pin, etc. Optaron, imitando el estilo aforístico del alemán, por una filosofía asistemática  que  huía  del tratado y del pensamiento sistemático.  Únicamente uno entre ellos, cual sóbrio entre los ébrios, Eugenio Trías acabó afrontando la tarea de continuar con la edificación de una filosofía hispánica en la línea de una filosofía trágica, esto es racional y a la vez vital como lo pretendía Unamuno. Podemos expresar la relación especulativa entre Trías y Unamuno de una forma simple y clara. Pues si Unamuno  entendía la Vida humana como lo Absoluto, como algo irracional y sin sentido último debido a sus dudas sobre la inmortalidad, y Ortega ponía el acento en la limitación de ese yo humano por unas circunstancias inseparables de él, que le daban ciertamente el único sentido positivo en su existencia, Trías entiende el nuevo absoluto filosófico como la frontera entre ese Yo nouménico y las circunstancias que había quedado  impensada y supuesta sin más. Ahora la nueva materia o absoluto filosófico es entendida como el límite o frontera que se abre, para decirlo en terminología clásica, entre la conciencia y el mundo. La idea de Límite había sido ya apuntada por Kant y Wittgenstein como los límites del conocimiento del mundo y del lenguaje respectivamente, pero no había sido hasta ahora abordada en si misma. Solo Heidegger en su pequeño escrito en respuesta a una carta de Ernst Jünger titulado: Über 'Die Linien' (1956), apunta a una Idea semejante. Y esto es lo que se propone y hace sistemáticamente el Eugenio Trías de la madurez.  

     El método que utiliza para ello no es un método lógico-funcional, sino un método estético-figurativo que utiliza modelos estético-topológicos, más que lógicos. Así empieza su exploración de un concepto positivo de límite con una reflexión sobre el Gran Vidrio de Marcel Duchamp. Por ello parte, no de una concepción lógica o matemática del límite, puramente abstracta y negativa, sino de una concepción estético-positiva, incluso histórico-positiva, muy en la línea de la razón histórica orteguiana: dicha noción tiene sus raíces para Trías, tal como se expresa en su Lógica del límite (1991), en lo que los romanos denominaban  limes, esto es, una franja de terreno habitable: 


   “Los romanos llamaban limitanei a los habitantes del  limes. Constituían el sector  fronterizo del ejército que acampaba en el limes del territorio imperial, afincado en dicho espacio y dedicándose a la vez a defenderlo con las armas y a cultivarlo. En virtud de este doble trabajo militar y agricultor el limes poseía plena consistencia territorial, definiendo el imperio como un gigantesco cercado que esa franja habitada y cultivada delimitaba, siempre de modo precario y cambiante. Más allá de esa circunscripción se hallaba la eterna amenaza s de los extranjeros o extraños, o bárbaros. Éstos, a su vez, se sentían atraídos por ese franja habitable y cultivable que les abría el posible acceso a la condición cívica, civilizada, del habitante del imperio.    

     Los bárbaros, instigados y hechizados por el imperio, sometían ese limes a un cerco a veces difuso, a veces hostil y amenazante, si bien con suma frecuencia se enrolaban en esos ejércitos agricultores que trabajaban y defendían el limes. A su vez la metrópolis y su centro de poder temían la irrupción imprevista de algún general victorioso que fuese habitante del  limes o que pretendiese, desde esa zona estratégica, hacerse con el poder e investirse de la condición de emperador. Había, pues, un triple cerco: el que los bárbaros sometían al limes e, indirectamente, al propio cercado imperial; el que éste sometía a estos peligrosos amigos-enemigos que habitaban el limes, y el cerco que el  limes  y sus habitantes fronterizos sometían tanto a los bárbaros del más allá como a los 'civilizados' del más acá”(204).
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     Trasladando dicho análisis a la relación entre el mundo fenoménico y nouménico kantiano, entre conciencia y realidad, cultura y naturaleza, entre razón y lo que está más allá de la razón, Trías elabora un concepto de  Razón fronteriza que encaja muy bien la propuesta unamuniana de una filosofía trágica que se mueve entre la razón y la sin razón participando de ambas a la vez. Encaja también con la concepción de España, como cabeza histórica del Sur de Europa, en términos orteguianos, en el sentido de cultura fronteriza entre la barbarie islámica y la civilización del Norte de Europa, de la que forma parte, pero en la condición no central sino periférica y fronteriza. De ahí el carácter mixto, más mesurado y menos absolutista y racista de la cultura española frente a la cultura norteuropea. Dicho carácter dual se entiende por Trías como dioscúrico. En tal sentido hay una continuidad con el lema elegido por Ortega como símbolo de su  propuesta  para  una  filosofía  española: los  dii  consentes  o Dioscuros de la mitología griega. Como ya vimos el mismo símbolo propuesto por Ortega había sido ya reconocido por el Schelling maduro de la época de Munich como conformando una estructura muy semejante a sus Tres Potencias.  

     Pero entre Trías y Ortega hay una diferencia, pues la Vida orteguiana es entendida de forma abstracta como la relación entre un organismo y un medio, entre un yo y unas circunstancias. Como ya vimos Unamuno y Ortega destacaron por la obsesión por el yo o por las circunstancias respectivamente.  Ninguno  de los dos encaró el análisis de la vida como la interacción entre conciencia y mundo de un modo positivo. Gustavo Bueno recogía la distinción kantiana entre lo nouménico y lo fenoménico como la distinción entre una Materia  Ontológico General (M), el Ser de la  Metafísica Generalis wolffiana, y una Materialidad especial (Mi), correspondiente a la Metafísica specialis wolffiana, entendiendo M como una Idea límite que expresaría un conocimiento negativo que nos impediría sustancializar la realidad mundano conocida. Se podría formular la posición de Trías diciendo que para él el Límite es la propia materia filosófica, o que la Materia no es una Idea límite sino el Limite mismo o, para decirlo clásicamente, el Límite en cuanto Límite. Dicho Límite no se establece entre una realidad y su negación, entre lo Cognoscible y lo Incognoscible, como ocurría en Kant, sino entre lo cognoscible científicamente, el Mundo fenoménico kantiano, el mundo de la razón ilustrada, y lo cognoscible por otras vías como la de las creencias religiosas o la intuición artística.  Pero esta nueva Idea debe ser concebida ahora, a diferencia de Kant o Wttigenstein, de forma positiva. 


     Esto es lo que hace Eugenio Trías al entender esta relación o mediación como algo positivo, como un territorio, el limes romano por ejemplo, intercalado topológicamente entre otros dos territorios, la metrópolis y los bárbaros, el organismo metropolitano romano y el medio circundante bárbaro. El limes es entendido ahora como el verdadero fundamento en el que se sostiene la civilización romana. Es un fenómeno periférico que, como tal fenómeno positivo puede ser analizado y descrito experimentalmente. Incluso puede tener, como pedía Ortega para una filosofía de la vida, virtualidades sistemáticas. Así el propio Trías partiendo de una descripción definidora  de la arquitectura y la música como artes fronterizas, reconstruye el sistema de las artes en una nueva forma denominada Estética del Límite (205).

     En el campo estético Trías es uno de los más competentes críticos y estudiosos del país, pues no en vano ha sido durante muchos años Catedrático de Estética en la Escuela de Arquitectura de Barcelona. En tal sentido sus brillantes ensayos como Lo bello y lo siniestro (1982) o sus críticas cinematográficas de la obra de Hitchcock,  recogidas  con el título Vértigo y pasión (1998),  lo demuestran.    En posteriores obras, como La razón fronteriza (1999), se propone realizar una Crítica de dicha razón fronteriza que cubra el entero campo de la filosofía, fundamentando una teoría del conocimiento, una ética, una estética, etc. Pero aquí los resultados nos parecen menos brillantes desde un punto de vista estrictamente sistemático. No parece que el fenómeno del “habitar” fronterizo permita llegar muy lejos en tal sentido.  Pues  tal  habitar,  que  recoge  la  influencia lejana de la conferencia de Heidegger en el coloquio de Darmstadt, “Bauen, Wohnen….”, tiene todavía un sentido pasivo de adaptación a un medio que nos  envuelve. Ortega, que participó también en dicho Coloquio, contrapuso en sus críticas a Heidegger la concepción activa del hombre como adaptador del medio a través de la técnica. En tal sentido podemos decir que el hombre màs que habitar un medio como cualquier animal, lo que hace es habilitarlo previamente. La tesis de que la habilitación, la acción hábil sobre el medio, es lo que nos separa de los animales, incluso de los más próximos, como los primates, ha sido confirmada por una serie de espectaculares avances científicos de las últimas décadas en el terreno del la paleoantropología, la neurología, la psicología evolutiva o la lingüistica, que ha focalizado en el estudio de la actividad manual, que anteriormente había sido subvalorado como algo propio a todo lo más de anatomistas fisiológicos, uno de los temas de nuestro tiempo más interesantes por sus virtualidades filosóficas que afectan a campos filosóficos tan importantes como el conocimiento, la educación,  la propia concepción del hombre. En tal sentido puede elegirse el fenómeno de las manipulaciones como un fenómeno dotado de las virtualidades sistemáticas que pedía Ortega y tratar, a partir de él, de presentar un nuevo despliegue sistemático en la línea de una filosofía del Límite. Eso es lo que hemos empezado a hacer en algunos escritos publicados como artículos (206).
    Eugenio Trias ha insuflado voluntad de sistema - ausente en Heidegger por su dependencia de una metodología fenomenológica meramente analítica y descriptiva, nunca sistemático constructiva - a la misma experiencia del vértigo y la angustia ante lo abismático que comparece en Schelling, en Heidegger y en Ortega, pero interpretando la verdadera existencia como la existencia en el frontera,  en  la línea que se abre entre  el sujeto y el fondo abismático de la existencia. Dicha frontera es interpretada como Límite ontológico entre Ser y Ente. Consecuentemente Trias considera la obra propiamente filosófica de Ortega, en este punto, menos interesante que la de Heidegger, el cual al menos había apuntado a la Idea de Límite con la Idea de la Diferencia  entre  Ser  y  Ente  como  verdadero  nuevo quicio de fundamentación de la filosofía. Hay en Trías una continuación brillante y renovadora de la tarea que Heidegger se plantea de una renovación de las respuestas a la tradicional pregunta por el  Ser que caracteriza a la filosofía desde sus comienzos griegos en Parménides. Para Heidegger lo que caracteriza a la tradición filosófica occidental desde Sócrates es el olvido de la diferencia entre Ser y Ente. El nuevo planteamiento de la pregunta sobre el Ser debería centrarse en el análisis de la diferencia ontológica que no habría sido tematizado".

     "Eugenio Trías, muy influido, ya en su primera obra publicada, La filosofía y su sombra (1971), por el movimiento estructuralista y por la renovación heideggeriana de la pregunta por el Ser o el fundamento, en su concepción de la filosofía como “semáforo del saber”, irá evolucionando hacía una interpretación de la diferencia y de sus poderes ahora vislumbrados no tanto en la consideración de los movimientos marginales al sistema en general, sino en un tipo de margenes periféricos del sistema en los cuales comparece una frontera que marca una oposición importante, por sus características constitutivas, los margenes o terrenos fronterizos, en los que la diferencia o el límite como límite puede adquirir cierto grosor sustantivo o positivo. En tal sentido su interpretación del límite como un territorio fronterizo en relación con el centro metropolitano, y el más allá incógnito y desconocido de los bárbaros, señala una diferencia con el planteamiento puramente post-moderno en el que la diferencia en cuanto diferencia puramente negativa es incapaz de ir más allá de una política del  Gran Rechazo -  al que ya criticaba Heidegger en su respuesta,  Über 'Die Linien', a la carta de Ernst Jünger -,  el cual acaba degenerando en formas dictatoriales y absolutas de terror y miedo, ya sea a las bombas o a no ser políticamente correcto (207). A partir de la constitución de una nueva Idea de Razón entendida ahora como una Razón fronteriza, y no ya minoritaria, Trías intenta iniciar una nueva sistematización de los saberes o respuestas filosóficas resultantes de la nueva forma de preguntar, pero no consigue avanzar con claridad debido a los procedimientos meramente figurativos o metafóricos que emplea. Pues su método de las Variaciones (208), mímesis de las variaciones musicales, tiene todavía una dependencia del método fenómenológico husserliano de las variaciones eidéticas. Un método que, por su fijismo, entiende las estructuras   o  Ideas  como  algo  fijo,  éterno, y no como algo en construcción y contínuo cambio, como le   reprocha Piaget al criticar la Psicología de la Gestalt en que se apoya el descripcionismo fenomenológico.
  
     No obstante Trias aborda con la misma voluntad de sistema caracteristica de Ortega, o de Gustavo Bueno, el despliegue sistemático de una filosofía española - lo que también empezó a hacer Ortega en sus cursos de los años treinta, Unas lecciones de metafísica, ¿Qué es filosofía?, ¿Qué es conocimiento?, pero no culminó, ni tampoco sus discipulos directos, entregados mayormente a la exégesis doxográfica - por ello dicho despliegue sistemático, esto es, el análisis filosófico de la unidad entre el yo y las circunstancias, entre el sujeto fenoménico y el objeto nouménico que lo rodea y amenaza, supone una novedad en la tradición de esta filosofía española. Asimismo, Trias está relacionado e influido positivamente por un filósofo que no fue central para Ortega, por Schelling, a través de la lectura directa, de la que da muestras progresivas y abundantes especialmente desde el inicio de su aventura filosófica de la filosofía del Límite. Y, en tal sentido, ùnicamente los que conocen la obra de Schelling, sobre todo la tardía, entre los que me cuento como pionero en España, pueden valorar la audacia y riqueza de su aventura. Es posible que el descubrimiento del viejo y olvidado Schelling, el perdedor frente al Hegel triunfador (209), empiece a generar en la filosofía española algo similar a lo que supuso el descubrimiento de Espinosa por las generaciones de Goethe, de Fichte y de Schelling y Hegel. Como primera prueba tenemos la filosofía del Límite de Trias, que es preciso no obstante insertarla en una influencia schellinguiana en la filosofía española en gran parte subterranea e indirecta (210)"


Notas:

204. Eugenio Trías, Lógica del límite, Destino, Barcelona, 1991, pgs. 15-16.

205. Eugenio Trías, Lógica del límite, Destino, Barcelona, 1991, Primera Sinfonía, pgs. 23-224.


206. Ver Manuel F. Lorenzo, “Idea de los pincipios y estructura más general de una filosofía de la razón manual, entendida en relación  con la razón vital y la razón fronteriza”, Studia Philosophica III, Departamento de Filosofía, Universidad de Oviedo, 2003, pp.13-36. Una versión posterior de este artículo es fácilmente localizable en Internet como: “Razón vital, razón fronteriza y razón manual”, Devenires, nº 18, Universidad de Michoacán (Mejico), 2008, pp. 162-195


207. Ver  Eugenio Tras, La política del límite, Anagrama, Barcelona, 2005.


208. Ver “El Principio de Variación”, E. Trías, Filosofía del futuro, Ariel, Barcelona, 1983, p. 41 s.s.



209. Ver articulo de Trias, “El triunfador y el perdedor (Hegel y Schelling)”,  en Eugenio Trias,  Pensar en público, Destino, Barcelona, 2001, pgs.310-13. 


210. El peso de Schelling, en lo que se conforma como una tradición de filosofía española conectada creativamente con la modernidad y sus intentos de superación, puede medirse ya desde su influencia indirecta en el krausismo español, pues Krause fué un discípulo de aquel, como señalamos en nuestro artículo “Schelling o Krause”, El Basilisco, nº14, 1983. La influencia en Unamuno y Ortega es tambien indirecta, en el primero a través de Kierkegaard, que tomó la Idea de Existencia del último Schelling de Berlín y en Ortega a través de la Naturphilosophie, como vimos. De la llamada generación del 68 es Trías el único que reconoce la influencia de Schelling.


Manuel F. Lorenzo
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lunes, 4 de febrero de 2013

Mano y habilidad (Habitude) en Merleau-Ponty

     La obra del filósofo francés Maurice Merleau-Ponty (1908-1961), compañero y colaborador intelectual, en muchos aspectos, de Sartre, aunque también crítico divergente de su famoso dualismo del ser en-si y para-si, vuelve en los últimos tiempos a la palestra filosófica, no tanto por su relación con el un poco ya olvidado Sartre, como por sus concepciones sobre la “conciencia corporeizada”, que tanto interesan hoy a la corriente filosófica denominada Embodied Mind tan influyente en la denominada Philosophy of Mind norteamericana, con representantes mundialmente conocidos como George Lakoff. Pues, con Merleau-Ponty se abre en Francia una vía en la influencia de la Fenomenología en el movimiento existencialista que trata de rectificar el horizonte sartriano de un de un Ser en-si opuesto de forma dualista a la Conciencia para-si, como si de la oposición de un fichteana de un Yo y un No-Yo se tratase, por la introducción de un término intermedio que Merleau-Ponty tematiza como “cuerpo propio” a través de los análisis del último Husserl sobre el mundo vivido (Lebenswelt) y la habitualidades. La inspiración ahora es la de la Identidad schellinguiana como una unidad que trata de superar el dualismo fichteano, buscando un término medio con su propuesta de ver la naturaleza biológica, no como un mero No-Yo, como hacía Fichte, sino como un “espíritu dormido”, como diría Schelling. Así, Merleau-Ponty se planteará como programa de una fenomenología existencialista, una descripción del “cuerpo propio” entendido. según sus propias palabras, como un “entre dos”, como aquello que se encuentra precisamente entre el “para si” y el “en si”, entre la conciencia y la cosa, entre la libertad y la naturaleza.

     Para tender el puente entre el en-si y el para-si, Merleau-Ponty emprende desde su primera obra, La estructura del comportamiento (1942), una exploración, a través de la Biología y la Psicología de la Gestalt, tratando de romper el dualismo cartesiano entre res extensa  y res cogitans, todavía activo en el en-sí y para-sí del propio Sartre. El mundo debe ser ahora reorganizado por una tripartición en Materia, Vida y Espíritu. Como señala Vincent Descombes: “con esta triada, Merleau-Ponty recibe la herencia de lo que en Francia, a través de la lectura de Aristóteles por Ravaisson (que también fue el corresponsal de Schelling), ha hecho las veces de la Naturphilosophie” ( V. Descombes, Lo mismo y lo otro. Cuarenta y cinco años de filosofía francesa (1933-1978), Cátedra, Madrid, 1982, p.85). Es preciso recordar que Ravaisson, influido por la Idea schellinguiana de la Identidad como la unidad de la Naturaleza y el Espíritu, busco en el Hábito, en su obra De l’habitude (1938), una versión positivada de la abstracta y más especulativa Identidad schellinguiana, entendiéndola como algo intermedio entre la naturaleza mecánica y la conciencia, en tanto que el hábito, entendido como categoría psicológica, tiene un origen consciente pero acaba mecanizándose y formando parte de un comportamiento inconsciente. Inaugura así en Francia Felix de Ravaisson una tradición de organicismo bio-psicológico que se actualiza y refuerza en Merleau-Ponty con las aportaciones de la teoría de la Gestalt y, en especial, en la obra de Goldstein: la conducta humana posee una estructuración u organización global cuya explicación no se alcanza, ni desde la simple descripción fisiológica que se reduce constantemente a un atomismo mecanicista, ni desde la descripción psicológica pura que tiende hacia la pura y absoluta sustancialización de lo psíquico. Entre Naturaleza y Conciencia, ser en-sí y para-sí, la conducta humana se configura como una estructura intermedia que surge in medias res con el acto perceptivo. Pues la actividad perceptiva es para Merleau-Ponty una verdadera experiencia originaria, la cual trata de describir con la ayuda del método fenomenológico en su obra más importante, la Fenomenología de la percepción (1945).

     Es en esta obra donde encontramos la noción clave de habitude (que debería traducirse por habilidad, y no por hábito, siguiendo la traducción al inglés del término, no por habit, sino por skill o ability, que propone Hubert L. Dreyfus en “Merleau-Ponty and Recent Cognitive Science”, en The Cambridge Companion to Merleau-Ponty, T. Carman, Mark B.N. Hansen edit., Cmbridge University Press 2005, p. 145, n. 3), noción utilizada por Merleau-Ponty como el “entre dos” que permite superar el tradicional dualismo. En ella encuentra la categoría clave para hablar del cuerpo no como un mero mecanismo físico, un mero objeto entre objetos, sino como un ser motriz, como el “vehículo del ser-del mundo”. Así escribe el filósofo francés:

    “Aun cuando, más adelante, el pensamiento y la percepción del espacio se liberen de la motricidad y del ser en el espacio, para que podamos representarnos el espacio es preciso que hayamos, primero, sido introducidos en él por nuestro cuerpo y que éste nos haya dado el primer modelo de las transposiciones, de las equivalencias, de las identificaciones, que hacen del espacio un sistema objetivo y permiten a nuestra experiencia ser una experiencia de objetos, de abrirse a un ‘en si’” ( M. Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción, Planeta-Agostini, Barcelona 1993, trad. de J. Cabanes, p. 159).

      Para esclarecer lo que entiende por habitude, debido a que “la  adquisición de la habitud como remanipulación y renovación del esquema corpóreo presenta grandes dificultades para las filosofías clásicas, siempre llevadas a concebir la síntesis como una síntesis intelectual” (op. cit., p. 159), Merleau-Ponty pone el ejemplo del baile:

     “Por ejemplo, adquirir el hábito de un baile, ¿no es hallar por análisis la fórmula del movimiento y recomponerlo, guiándose por este trazado ideal, con el auxilio de los movimientos ya adquiridos, los del andar y el correr? Más para que la fórmula del baile nuevo integre a sí algunos de los elementos de la motricidad general, se requiere primeramente, que haya recibido como una consagración motriz. Es el cuerpo, como se ha dicho frecuentemente, el que ‘atrapa’ (kapiert) y ‘comprende’ el movimiento. La adquisición de la habilidad es la captación de una significación, pero la captación motriz de una significación motriz” (op. cit., p. 160).

     El ejemplo del baile será recogido y analizado con profundidad como habitus social por Pierre Boudieu, quien se declaró muchas veces influido por la habitude de Merleau-Ponty, en su conocido libro, El baile de los solteros: la crisis de la sociedad campesina en el Bearn, (Anagrama, Barcelona, 2004). Bourdieu lleva a cabo en Sociología una reflexión sobre las habilidades corporales (habitus) como génesis explicativa de las estructuras sociales (de clase, intelectuales, culturales, etc.) equiparables, y en gran parte complementarias, de la reflexión piagetiana sobre el papel constitutivo de las habilidades corporales de los niños en la génesis de las estructuras de la inteligencia. En tal sentido, constituye para le reflexión filosófica sobre las Habilidad como Idea filosófica común a varias categorizaciones científicas, artísticas, etc., -que venimos desarrollando, con nuestra propuesta del Pensamiento Hábil-, un terreno privilegiado de novedoso modos de análisis sociológico-operacionales.

     A continuación del ejemplo del baile, Merleau-Ponty continúa, en Fenomenología de la percepción, generalizando el sentido de las habilidades corporales:

     “Habituarse a un sombrero, a un coche o a un bastón, es instalarse en ellos o, inversamente, hacerlos participar en la voluminosidad del propio cuerpo. La habitud expresa el poder que tenemos de dilatar nuestro ser-del-mundo, o de cambiar la existencia anexándonos nuevos instrumentos. Se puede saber dactilografiar sin saber indicar donde se hallan, en el teclado, las letras que componen las palabras. Saber dactilografiar no es, pues, conocer la ubicación en el teclado de cada letra, ni siquiera haber adquirido para cada una un reflejo condicionado que ésta desencadenaría al presentarse ante nuestra vista. Si la habitud no es ni un conocimiento ni un automatismo, ¿qué será, pues? Se trata de un saber que está en las manos, que solamente se entrega al esfuerzo corpóreo y que no puede traducirse por una designación objetiva” (op.cit., 161).

     En tal sentido, según Merleau-Ponty, un organista, por ejemplo, tiene una familiaridad operatoria tan grande con su instrumento que persiste fácilmente cuando tiene que cambiarlo por otro diferente. Para Merleau-Ponty, este ejemplo del organista, como es el caso de los  instrumentistas en general, muestra con claridad cómo la habitud no reside en la mente, ni en el cuerpo entendido como algo puramente mecánico, sino en el cuerpo como mediador de un mundo:

     “Sabemos (Cf. Chevalier, L’Habitude, pp. 202 ss.) que un organista ejercitado es capaz de servirse de un órgano que no conoce, cuyos teclados son más o menos numerosos, y cuyos juegos están dispuestos de manera diferente de la de su instrumento habitual. Le basta una hora de trabajo para estar en condiciones de ejecutar su programa. Un tiempo de aprendizaje tan breve no permite suponer que, en este caso, unos nuevos reflejos condicionados se sustituyan a los montajes ya establecidos –salvo si unos y otros forman un sistema y si el cambio es global-, lo que nos hace salir de la teoría mecanicista, ya que entonces las reacciones vienen mediatizadas por una captación global del instrumento. ¿Diremos que el organista analiza el órgano, eso es, se da y preserva una representación de los juegos, de los pedales, de los teclados y de su relación en el espacio? Más, durante el breve ensayo que antecede al concierto, no se comporta como cuando quiere trazar un plano. Se sienta en el banco, acciona los pedales, saca los juegos, mide el instrumento con su cuerpo, incorpora a sí direcciones y dimensiones, se instala en el órgano como uno se instala en una casa” (op.cit., p.162).

     El cuerpo en tal sentido, como cuerpo operatorio, es por ello, para Merleau-Ponty, una nueva forma de entender al individuo humano en contraposición a la forma de entenderlo propia del materialismo mecanicista o del mentalismo cartesiano:

     “Lo que hemos descubierto mediante el estudio de la motricidad es, en definitiva, un nuevo sentido del vocablo ‘sentido’. La fuerza de la psicología intelectualista, así como de la filosofía idealista, proviene de que no les costaba nada demostrar que la percepción y el pensamiento tienen un sentido intrínseco, y no poder explicarse por la asociación exterior de los contenidos fortuitamente reunidos. El Cogito era la forma de consciencia de esa interioridad. Pero, por eso mismo, toda significación se concebía como un acto de pensamiento, como la operación de un puro Yo, y, si el intelectualismo triunfaba sobre el empirismo, era incapaz de dar cuenta de la variedad de nuestra experiencia, de lo que en ella es sin-sentido, de la contingencia de los contenidos. La experiencia del cuerpo nos hace reconocer una imposición del sentido que no es la de una consciencia constituyente universal, un sentido adherente a ciertos contenidos” (op.cit., p. 164).

      Frente a ello, “tal vez se responda que la organización de nuestro cuerpo es contingente, que puede ‘concebirse un hombre sin manos, sin pies, sin cabeza’ (Pascal, Pensées et Opuscules. Ed. Brunschvicg. Sección VI, n. 339, p. 486) y, a mayor abundamiento, un hombre sin sexo que se reproduciría por esquejes o acodos. Pero todo esto es solamente verdad si se consideran las manos, los pies, la cabeza o el aparato sexual abstractamente, eso es, como fragmentos de materia, no en su función viviente –y si se forma del hombre una noción también abstracta, en la que únicamente se hace entrar la Cogitatio. Si, por el contrario, se define al hombre por su experiencia, o sea, por su manera propia de poner al mundo en forma, y si se reintegran los ‘órganos’ a esta totalidad funcional en la que estos se perfilan, un hombre sin manos o sin sistema sexual es tan inconcebible como un hombre sin pensamiento” (op. cit., pp. 186-7).