viernes, 2 de agosto de 2013

Los amargos “Días de Gloria” de Mario Conde


         “El hombre superior y necesario para todos llega a producirse,   pero se ve repelido del centro donde debiera operar”,                                                                                

                                                                                             Ramón Menéndez Pidal, El Cid Campeador.



     La cadena Tele Cinco se ha decidido, por fin, a estrenar, los pasados días 4 y 11 de Julio, la serie televisiva “Mario Conde, los días de gloria”. Un acontecimiento impensable unos años atrás cuando el panorama político dominante parecía augurar futuros días de glorias y riquezas para España, tras su entrada en el Euro como seña de máxima homologación europea. La brutal puesta en cuestión de tales erróneas expectativas, con escandalosas quiebras bancarias, como las de conocidas Cajas de Ahorros, ha abierto la sospecha popular, uniéndose a la de  algunas minorías intelectuales, entre las que se encontraba el propio Mario Conde, que ya había empezado a dar la voz de alarma, sobre la peligrosa dirección política tomada en las últimas décadas de nuestra reciente Democracia, en su conocido libro El Sistema (Espasa Calpe, 1994). 

     Por ello el estreno de la serie es posible, ahora que se agrieten las versiones oficiales sobre determinados escándalos políticos y financieros que parecían destinados a perderse en el olvido. Uno de ellos fue el llamado Caso Banesto. A él permanece asociada la figura de Mario Conde y sus “días de gloria”. En torno a él se ha plasmado una narración, una serie televisiva, como en otros tiempos sería una crónica o un poema en el que se plasmaba la tragedia de un héroe. Pues la serie no es el relato de un mero escándalo bancario, sino que alcanza un nivel intensamente dramático en lo que ocurre con la persona y el entorno próximo del protagonista. Ahí estaría centrado el interés para una audiencia muy amplia. Un interés dramático acrecentado porque en el vuelve a repetirse lo que parece ser un defecto prototípico que afecta secularmente a las minorías dirigentes de la  sociedad española, susceptibles de contaminar a extensas capas de la población dirigida, cuando se dan determinadas circunstancias difíciles de afrontar. El caso paradigmático lo marca el escándalo y consiguiente drama personal para el afectado que supuso el “destierro del Cid.”. Hoy en las escuelas no creo que se hable mucho del Cid, y es una pena porque, según estudiosos de su figura como Menéndez Pidal:

      “El Cid, desterrado, representa un caso frecuente de quiebra de la cohesión social. El hombre superior y necesario para todos llega a producirse, pero se ve repelido del centro donde debiera operar. España había producido un capitán realmente invicto, pero éste ve mermada su fuerza por la oposición de los condes de Nájera, de Oca, de Carrión; no consigue asociarse con los condes de Barcelona para dominar el Levante ni logra que el emperador de León le anteponga para evitar los desastres de Sagrajas, de Jaén, de Consuegra y de Lisboa. Una desorganización semejante se produce más a menudo en España que en otros países, por abundar más entre los pueblos peninsulares la escasa comprensión de la solidaridad, con la envidia del que se siente inferior y la tumefacción del que se cree superior. Ya Estrabón caracterizaba a los iberos como orgullosos, torpes para la confederación, más insociables que los mismos helenos. Pero junto a este defecto colectivo de siempre, se ofrece con alentadora ejemplaridad el caso cidiano” (Ramón Menéndez Pidal, El Cid Campeador, Espasa Calpe, 1985 p. 243-4).

     El Cid apareció en una época en que la Reconquista, iniciada por Pelayo y los reyes astures, se había estancado. Era necesario cambiar la estrategia política y militar para continuarla. El Cid tiene ideas nuevas, tal como nos relata Menéndez Pidal en su instructivo libro; pero no solo no es apoyado sino que, debido a su atrevida e insólita, en aquella corte corrupta y mediocre, forma de comportarse ante el rey Alfonso VI, lo destierran. A pesar de que consigue rehacerse fuera de Castilla y tomar Valencia, manteniendo la lealtad al Rey, no dejará en vida de ser denigrado como forajido sin patria, vilipendiado como mercenario enriquecido, sin fe ni honor, envidiado y calumniado por los propios españoles, que se hacen eco incluso de los comunes enemigos cronistas musulmanes cuando lo describen como “infiel perro gallego”, “caudillo maldito”, “Campeador que Alah confunda”. Después de su muerte se perderá Valencia que sólo será reconquistada cuando el Reino de Aragón retoma la exitosa estrategia del Cid.

     El héroe de la serie televisiva que comentamos aparece en una época bien distinta en que el poder esencial en las sociedades ya no es el militar sino el industrial. Pero una época también de estancamiento, en este caso económico, en España, la cual habiendo logrado una fuerte industrialización en el franquismo, que nos acercaba después de siglos, al nivel económico de las potencias más avanzadas del mundo, está necesitada de una política de reconversión industrial para seguir avanzando y pasar definitivamente el Rubicón económico que nos equipare, sin retorno, a dicha potencias más avanzadas. Aparece entonces providencialmente el modelo del nuevo empresario que se necesita en la figura de un jovencísimo Mario Conde, quien, tras una victoriosa ascensión en la jerarquía económica y social, es reconocido como el nuevo modelo para la juventud, etc. Tiene nuevas ideas para impulsar la economía que empieza a poner en marcha, tras una victoriosa batalla de Opas y Contraopas, a través de Banesto buscando la intervención decidida de la banca en la creación de corporaciones industriales que nos permitan crecer y salir del estancamiento y del paro amenazante. Estas ideas junto con otras como la pretensión de romper el monopolio de los partidos en la vida económica, además de desaconsejar la entrada en el Euro, etc., chocan con el poder sustentado por unos partidos políticos que se han ido corrompiendo y cuyos dirigentes no brillan precisamente por su bagage intelectual ni por su lealtad constitucional. 

     Y entonces  ocurre de nuevo la tragedia típica de nuestro país, desarrollándose el destierro del hombre providencial de los centros del poder, con el necesario encarcelamiento, las calumnias y desfiguraciones mediáticas más falsas e inverosímiles, como si se tratase de un guión previamente escrito por los nuevos “in-videntes” de la Corte, que es lo que significa realmente envidioso: aquel que no ve las virtudes y ventajas del héroe, ni las puede ver por mucho que se las expliquen, pues está ciego para ver la realidad. Y esa ceguera es mil veces más difícil de curar que la ceguera física. Ha pasado mucho tiempo desde la época del Cid,  pero sigue habiendo in-videntes Condes de Nájera y de Carrión. Lo que ocurre es que al final, en la Historia,  se impusieron las ideas del Cid y por eso se dice que ganó batallas después de muerto. Mientras tanto España, conducida por incapaces propugnadores de la burbuja económica inmobiliaria y de la desindustrialización que nos han llevado a la humillación como nación y a la ruina económica, se ve obligada a pagar “parias”, como modernos grandes intereses de la deuda, a los nuevos “almorávides” germanos.