martes, 4 de noviembre de 2014

Positivismo versus Marxismo

     En artículos anteriores hemos desarrollado un análisis comparado de la Filosofía Contemporanea con la Filososofía Helenística. En el considerábamos que se podían establecer unas analogías funcionales que nos sirviesen para comprender mejor la situación y la naturaleza de las principales corrientes de la Filosofía Contemporanea que llegan hasta nosotros. Resultaba una configuración en la que Epicureos, Estoicos y Escepticos conformaban una estructura relacional que se repetía en la Filosofía Contemporanea con Marxistas, Positivistas y Vitalistas. En tal sentido veíamos que, así como en oposición a la gran sistematización filosófica de Aristóteles surgieron como reacción las escuelas del Epicureismo y del Estoicismo, como oposición a Hegel surgen en Europa las corrientes filosóficas del Marxismo y del Positivismo de Saint-Simón y Augusto Comte. El Escepticismo, aunque tiene su origen también con Pirron de Elis al comienzo del helenismo, no alcanzará una influencia crítica sobre las pretensiones cognoscitivas de epicúreos y estoicos hasta el final de la época helenística. En Europa es el Vitalismo el que cumplirá un papel crítico de las pretensiones progresistas de marxistas y positivistas, sobre todo con la influencia de la filosofía de Nietzsche en el siglo XX.

     Vamos a centrarnos en lo que sigue en la oposición contemporánea entre el Positivismo y el Marxismo. Lo más novedoso de la filosofía helenística fue la aparición de dos concepciones éticas nuevas en relación con el periodo clásico anterior, el estoicismo y el epicureísmo, los cuales lejos de mantenerse como productos meramente académicos como la ética aristotélica, han llegado a calar profundamente en el lenguaje popular que entiende perfectamente que es resistir estoicamente los dolores o disfrutar epicúreamente de los placeres. Esto es generalmente reconocido por los historiadores de la filosofía. En relación con esto diremos aquí que lo más novedoso de la filosofía contemporánea que se abre en Europa con las corrientes críticas de la filosofía especulativa hegeliana es la aparición de dos novedosas concepciones de la Sociedad, dos filosofías sociales, que llevan a cabo el Positivismo y el Marxismo y que trascienden los ámbitos académicos puramente especulativos para arraigar en los fuerzas sociales progresistas modernas. Ambos movimientos filosóficos son herederos de las corrientes ideológicas modernas que cristalizan en el progresismo de la Ilustración pero que van más allá de esta en lo que se refiere a su concepción de la naturaleza de las sociedades humanas. Fue el Conde de Saint-Simon el primero en elaborar un modelo nuevo de Sociedad que trata de superar el carácter metafísico e irreal de la concepción que se hacían los revolucionarios ingleses y franceses sobre el origen del poder social. Pues, para estos, el Poder no venía de Dios, sino del Pueblo. Pero el “pueblo”, como equivalente de la Sociedad era tan entelequia como lo era el “flogisto” para los químicos. Era necesario, por tanto, desarrollar una concepción científica de la Sociedad como se había ido desarrollando la concepción científica de la Naturaleza. Era necesaria una nueva ciencia que Saint-Simon llama, por ello, Fisica-Social y, después Comte la llama Sociología. Los filósofos griegos como Platón y Aristóteles habían explicado racionalmente la estructura de las sociedades humanas, pero no habían descubierto la explicación racional de sus progresos y transformaciones. Como dirá Comte, habían explicado su Estática, pero no su Dinámica, o mejor su Anatomía, pero no su Fisiología. Por ello, para Saint-Simon, debemos descifrar la mecánica de la Sociedad como Newton descifró con su Mecánica las fuerzas centrípetas (gravedad) y centrífugas (inercia) que regulan el movimiento de los cuerpos físicos. Así, Saint Simón entiende toda Sociedad humana constituida por dos fuerzas o Poderes, el “terrenal” y el “espiritual”, como dirá después Comte, los cuales se oponen y de su equilibrio resulta un estructura social estable, que él llama una Sociedad Orgánica. Ello se puede observar positivamente en el laboratorio de la Historia de la Humanidad donde se ve como las sociedades más primitivas están constituidas por dos poderes, guerreros y sacerdotes, esto es, un poder” terrenal” basado en la fuerza física y un poder “espiritual” basado en el mayor conocimiento para explicar el mundo de determinados individuos que forman unas élites minoritarias frente a la masa social. Sin la fuerza bruta de los guerreros no se mantiene el orden social, pero sin los nuevos conocimientos de la minoría intelectual encarnada por hechiceros  no hay progreso social. Ortega y Gasset se refería esencialmente a esto cuando hablaba de las élites o minorías dirigentes, es decir, al “poder espiritual” constitutivo de las sociedades humanas desde la prehistoria. Saint-Simon explica entonces el origen del progreso histórico de una sociedad humana cuando se produce un cambio significativo que permite un conocimiento más profundo de la realidad y que entra en contradicción con lo que se sabía, dando lugar a una crisis social que abre un periodo de restructuracion y cambio que no cesará hasta que se restablezca un nuevo equilibrio en la totalidad social que de lugar a una nueva Sociedad Orgánica, la cual no será tampoco eterna, sino que estará somedida a la misma dinámica que las anteriores, aunque en un nivel mayor de orden y progreso.

     Saint-Simon centró sus brillantes análisis sociales en el paso de la Sociedad medieval feudal a la Sociedad Industrial moderna. Según ellos, para entender la Gran Revolución francesa que estalló en su juventud había que adentrarse en la tenida por oscura Edad Media, considerada sin importancia para el progreso humano por los ilustrados volterianos. Pues es en la Alta Edad Media donde aparecen las células germinales de los dos poderes sociales que sustituirán a los Nobles guerreros y al Clero. Es en el renacer de las ciudades donde germinan las clases productoras (artesanos, empresarios, obreros) que darán lugar al nuevo y decisivo poder económico industrial de la “burguesía” que sustituirá a la Nobleza guerrera y donde tendrá su origen el humus cultural, con la fundación de las Universidades, que preparará el surgimiento del nuevo “poder espiritual” de los científicos, artistas  y filósofos propia de las sociedades modernas, que desplazarán a los Teólogos y religiosos. Este proceso debe explicarse de un modo científico positivo y entender la Revolución burguesa supone comprender su génesis histórica según la cual una Sociedad no entra en una crisis revolucionaria más que cuando se han desarrollado en su seno nuevas fuerzas sociales que son capaces de cambiar la naturaleza y composición de sus dos poderes básicos. Una vez que se produce el cambio revolucionario la nuevas fuerzas sociales deben tratar de cesar en su carácter de fuerzas negativas o destructivas de lo viejo y caduco para centrar todas sus energías en la tarea positiva de estabilizar la nueva Sociedad organica que ha surgido, perfeccionando su estructura y no tratando de seguir con la mentalidad negativa revolucionaria, que ya no tiene sentido en el inicio de una época Orgánica que deja atrás la época Crítica. Por eso sus esfuerzos deben ir dirigidos a desarrollar y consolidar el nuevo Sistema social alumbrado, en este caso el Sistema social basado en la explotación industrial, basado en la explotación, no ya de otros pueblos como hacían los Sistemas de la Antigüedad, sino de las  fuerzas de la Naturaleza por medio de la Ciencia. De ahí debe provenir la fuente principal de la riqueza social futura y no de la explotación del hombre por el hombre. Por ello la Sociedad Industrial futura podía ser contemplada como una Sociedad tendente a lograr la liberación de la pobreza y de las guerras, males que han sacudido secularmente a la Humanidad.

     Marx, lector y admirador de Saint-Simon, comparte con él, ante todo su concepción de la Estructura dual de la Sociedad y de los mecanismos del cambio revolucionario. Pero, en vez de hablar de dos Poderes sociales, “terrenal” y “espiritual”,  habla de Base y Superestructura. A su vez reduce la naturaleza del poder básico a los poderes económicos, Modos de Producción, que actuarían “en última instancia” como determinantes en todo cambio de Sociedad, y no solo en el paso de las sociedad medieval a la moderna industrial. Los poderes superestructurales, entendidos como formas de conciencia, religiosas, políticas, jurídicas, etc., no son más que poderes vicarios, meros “reflejos” en la conciencia, de los poderes económicos. Además, la moderna Sociedad burguesa capitalista no es una sociedad orgánica estable, sino que está encierra una limitación en su seno (la famosa Tasa Decreciente de la Ganancia capitalista) que le impide integrar al proletariado acabando con su pobreza y marginación, por lo que debe ser destruida por una nueva Revolución Socialista que convierta al Proletariado y sus aliados de clase en el nuevo Poder básico de la sociedad futura, la cual culminará finalmente en una Sociedad verdaderamente libre donde cualquier individuo humano podrá realizarse íntegramente como el feliz Hombre Total.

     Podemos comparar rápidamente ambos modelos de Sociedad como exactamente inversos, de un modo similar a como lo eran las doctrinas Ëticas de Estoicos y Epicureos. Para los Epicureos se puede decir que la Virtud era la Felicidad, mientras que para los Estoicos la Felicidad era la Virtud. El fin de la vida para un epicúreo era ser feliz y a ello debía subordinarse la virtud que nos pide la moderación en los placeres, el establecimiento de preferencia por los placeres espirituales, como la amistad frente a los meramente físicos, etc. Para un estoico eran los propios placeres que nos dan la felicidad aquello que hay que estar dispuesto a sacrificar en la vida por la dicha que nos proporciona la práctica de la virtud misma, la cual es imposible en muchos casos sin la voluntad de renunciar al placer y soportar el dolor. De un modo análogo se podría decir que para los marxistas toda virtud, toda sabiduría o ciencia debe ponerse al servicio de la salvación del proletariado en la consecución de una sociedad del Bienestar, de la felicidad social. Por el contrario, para un positivista social el fin de la sociedad es el mayor control de la Naturaleza por medio de la industria dirigida por la ciencia. Ese mayor control, que solo se alcanza decisivamente por la virtuosa vida de los génios científicos, artísticos y filosóficos, los grandes benefactores de la Humanidad a que Augusto Comte consagra en su Calendario Positivista, es el que nos dará la Felicidad al resto de la Humanidad. Una felicidad, por tanto, que no es un Derecho Humano sin más, sino que presupone más bien duros Deberes y limitaciones en la dirección social a unas minorías intelectuales dirigentes.

     Como corroboración de esta oposición podemos observar que en la Sociedades donde ha triunfado el marxismo, los poderes científicos y filosóficos han perdido su autonomía subordinándose a la dirección política como muestran el famoso “caso Lysenco” en la época de Stalin por el cual se condenó a la Biología genética mendeliana como burguesa. O la condena de la Lógica Formal como lógica capitalista o de la Microeconomía marginalista como psicologismo burgues, etc. Con ello la Unión Soviética sufrió un atraso científico, respecto a Occidente que la desbancó de sus primeros éxitos en la carrera espacial. Por el contrario en USA es donde adquirió preponderancia filosófica el Positivismo, en su versión inglesa, con lo que su Economía buscó intensamente la mejora de la competitividad económica de su industria por el contacto con una investigación científica socialmente fomentada y cuidada a través de la financiación generosa de Empresas Multinacionales y grandes Fundaciones o instituciones Estatales como la Nasa. Frente al populismo obrerista soviético triunfo aquí más bien la Tecnocracia y el llamado “Fin de las Ideologías”.


     Tras la caída del Muro de Berlín, el modelo de sociedad altamente industrializada se ha impuesto a nivel global como objetivo en todo el mundo, incluso en la misma Rusia de Putin o en la China actual. Pero han empezado a verse sus limitaciones críticas con el ascenso de una nueva Ideología que se resiste a morir y que parece ensombrencer las optimistas previsiones del crecimiento industrial ilimitado al anunciar, con apoyos científicos, negras previsiones catastrofistas de agotamiento de los recursos energéticos, superpoblación letal e incontrolable, con su deriva de plagas y nuevas “pestes” masivamente mortíferas, cambio climático, etc. Los llamados nuevos caballos del Apocalipsis. No obstante parece observarse en USA una readaptación y autocrítica de la filosofía positivista allí dominante con el surgimiento de corrientes como la denominada Embodied Mind, uno de cuyos representantes más conocido es George Lakoff, las cuales proponen un revitalización de la filosofía replanteando los problemas de la racionalidad humana desde una perspectiva que sigue apoyándose en los avances en el conocimiento científico en nuevos campos, como los que ofrecen las Ciencias Cognitivas (Robotica, Psicologia Evolutiva, Neurología, Psicolingüistica, Paleoantropología), pero conectándolas con una filosofía fenomenológico vitalista, como la del llamado último Husserl o Merleau-Ponty. En tal sentido hemos hablado en otro lugar de una Refundación del Positivismo. En el marxismo, quien abrió el camino a esta conexión con los problemas vitales fue la llamada Escuela de Frankfurt, la cual está en la base de los nuevos movimientos alternativos que bajo el nombre Occupied Wall-Street o de Indignados en España, persiguen mantener la utopía marxista del Hombre Total con las reivindicaciones de las minorías estudiantiles, raciales, culturales, homosexuales, etc. En tal sentido, ello no deja tampoco de ser una muestra del ascenso crítico de los valores defendidos por la corriente de la filosofía vitalista nietzscheana o de la izquierda heideggeriana. Entramos con ello, como les ocurrió a las escuelas filosóficas helenísticas en el inicio de la época de dominio romano,  en una fase de cierto eclepticismo filosófico aunque en el fondo continue la contraposición irreductible entre los dos modelos de Sociedad formulados por marxistas y positivistas.