viernes, 8 de mayo de 2015

Por un Día del Libro Filosófico

       Todos los años, el 23 de Abril, se dedica la España oficial a festejar al libro como máximo depositario de la cultura. En esto los gobiernos del momento no hacen más que imitar lo que hacen los países europeos más avanzados y civilizados con los que España ha tenido cierto complejo de inferioridad por nuestro retraso en la llamada Modernidad. Por ello es necesario promocionar la lectura entre los españoles para converger con los más alto índices de lectura de dichos países y el Día del Libro, promulgado por la Unesco en tal fecha como Día Internacional del Libro, por coincidir la muerte y el nacimiento de Cervantes y de Shakespeare, es una institución que puede ser muy útil para ello. Pero entonces hay que buscar un gran libro, el mejor que tengamos en nuestra cultura lingüística nacional, que podamos enarbolar como símbolo y estandarte en la lucha por la modernización cultural. Ese libro no podía ser otro que El Quijote de Miguel de Cervantes, como para los alemanes podría ser El Fausto de Goethe; aunque no se si lo alemanes tienen también su Día del Libro, pues parece que les coincide la fecha con el más popular Día de la Cerveza Alemana. Se que el festejo mayor sobre lo literario es la conocida, y la más económicamente poderosa a nivel mundial, por los contratos editoriales que se cierran, Feria del Libro de Frankfurt, que se celebra anualmente a mediados de Octubre. Aunque vuelve a coincidir con la Fiesta de la Cerveza Bávara (Octoberfest).

     No obstante, en España, ocurre con tal celebración algo que no ocurre ni en Alemania, ni en Inglaterra: que se busca en el Quijote la expresión, no solo literaria sino también filosófica, crítica y cultural más alta de la esencia última de nuestro ser nacional. Los alemanes veneran a Goethe, pero ponen su orgullo filosófico nacional en Kant o Hegel y los ingleses en Locke o Hume. Pero nuestra moderna crítica filosófíca, en tanto que crítica de la mentalidad medieval, a diferencia de lo que ocurre en los citados países europeos, no se habría desarrollado en términos de un lenguaje filosófico académico, como el de un Descartes, un Locke o un Kant, sino que se habría escrito en una novela extraordinaria, una novela “filosófica”, de crítica de la superada mentalidad caballeresca medieval, como verían los ingleses, o una novela de educación o formación (Bildungsroman) como verían los románticos alemanes para los cuales, a diferencia de los ingleses, Don Quijote es un héroe que lucha contra un mundo moderno injusto, para cambiar el cual se necesitan nuevos quijotes que sigan el modelo del “caballero de la triste figura”. Así Ortega vió en el Quijote, sin embargo, un instrumento crítico del verdadero protagonista,  un Cervantes crítico del voluntarismo más puro, -como Kant habría sido el crítico de la Razón Pura-, que lo mismo servía, según Ortega, para criticar el voluntarismo de un Imperio español que se cierra en Trento a la penetración de la modernidad, como para criticar lo que esa misma modernidad, representada entonces por la Reforma Protestante, tenía de afirmación de un Dios voluntad, irracional y, por tanto, de peligroso irracionalismo. Pero la comparación, aunque interesante, no es adecuada porque habría una diferencia en el modo de expresión de una divertida novela cervantina frente a un arido tratado filosófico kantiano. Si utilizamos la palabra de crítica filósofica para identificar el contenido más alto de ambas obras, deberíamos a la vez diferenciarlas como una crítica propia de una filosofía mundana en Cervantes y una crítica filosófico académica en Kant.

       Si queremos buscar en el entorno de la cultura española una crítica del voluntarismo, en sentido estrictamente filosófico-académico, debemos dirigirnos a otro libro que durante siglos se ha leído y venerado como una cumbre de la filosofía occidental, pero disociándolo de sus raíces hispanas. Se trata de recordar otro libro de Filosofía académica que España podría presentar como complemento académico del más mundano y leído Don Quijote. Me refiero a la famosa Etica del filósofo, de procedencia hispano-judia, Benito de Espinosa, conocido internacionalmente por la latinización de su apellido como Spinoza. Una latinización que ha ocultado durante siglos su cultura española de procedencia, debido a la acción, como ya sostenía Salvador de Madariaga, de la llamada Leyenda Negra propulsada por ingleses y holandeses contra la España Imperial, a la que pretendían desprestigiar, en este caso privándole de la gloria de haber producido del seno de su cultura nacional una figura de pensamiento filosófico creador, equiparable a las propias de aquella época de que se vanaglorian los ingleses con su Bacon o Hobbes, los franceses con Descartes o los alemanes con su Leibniz. Pues en el siglo XX aparece cada vez con más claridad, como prueban las investigaciones sobre la procedencia, costumbres y lengua materna de los judíos hispanos, que recalan buscando refugio en Amsterdan tras su expulsión de la Península Ibérica( Ver, p. ej., G. Albiac, La sinagoga vacia, Madrid, 1987), que Espinosa no era de cultura holandesa sino que era equivalente al hijo de unos exiliados o emigrantes españoles en un país de acogida, en el que todavía la primera generación que nace allí, como era el caso de nuestro filósofo, aunque aprenda el holandés en la escuela no llega a hablarlo bien porque sigue pensando en la lengua materna aprendida y hablada en casa, que era el español. Por ello Espinosa, aunque también escriba en latín como Descartes o Leibniz, pues este era todavía entonces la lengua internacional en que se entendían los sabios, pensaba realmente en español, por lo que su filosofía nació, por las circunstancias trágicas de la expulsión de los judíos,  no en España, sino en tierra de exilio y emigración. Pero en ella está presente el carácter nacional hispano como lo está la cultura francesa en Descartes o la alemana en Leibniz.

     En tal sentido habría que decir que en España, con los antecedentes de Feijoo o Jovellanos si se quiere, no hubo modernización filosófica hasta que llegamos a Unamuno, Ortega o los krausistas, no tanto porque España fuese incapaz de producir una figura exímia, fundadora y rectora, sino porque la produjo de tal radicalidad que no pudo ser asimilada ni bautizada de ninguna manera por la inteligencia académica patria de entonces. Una figura como la de un Bacon o un Hobbes, a pesar de su radicalidad moderna, pudo crear escuela empirista en Inglaterra por la mayor tolerancia que allí existía tras la Reforma Protestante. Leibniz pudo ser asimilado en Alemania por el apoyo que Federico de Prusia, el rey filósofo, dio a su discípulo y sistematizador de su filosofía, Christian Wolff, al reponerlo en su cátedra de la Universidad de Halle, de donde había sido expulsado por presiones de la clericalla protestante. De su modernización filosófica se derivan los Kant, Hegel, Marx, etc. Se diría que estos eran países de predominancia protestante, lo que facilitó la entrada de las Ideas filosóficas modernas. Pero también Francia, permaneciendondo mayoritariamente católica, como España, se moderniza con un cartesianismo bautizado y escolastizado por el Padre Malebranche, que utilizó los Colégios de la Congragación del Oratorio para educar, como alternativa al aristotelismo medieval de los colegios jesuitas, a una nobleza de provincias, cuyo representante filosófico más exímio fue Montesquieu, educado en el colegio oratoriano de July. A pesar de que las obras de Descartes fueron puestas en el Indice eclesiástico, el cartesianismo con su apuesta por una ciencia y una metafísica moderna, penetró en las élites intelectuales francesas por la puerta de atrás oratoriana. Pero en España no podía ocurrir esto ya que Espinosa era de “nación” judía y además un filósofo maldito e inasimilable en toda Europa por su ateísmo panteísta, imposible de bautizar tanto por los judíos que lo expulsaron de la Sinagoga de Amsterdan, como por el cristianismo que no podía admitir su Dios Substancia por Impersonal. Aparte de las otras muchas razones que se suelen enunciar, como la presencia de la Inquisición y el ambiente de fanatismo contra-reformista y anti-moderno de la España Imperial, nos parece que quizás haya sido esta la más decisiva: la imposibilidad de asimilar el espinosismo, no solo en aquella España católica a machamartillo de Menendez y Pelayo, sino incluso en toda Europa durante al menos un siglo tras su muerte, en el que Spinoza fue tratado como un "perro muerto" en palabras del alemán Lessing. Son precisamente los Románticos  alemanes los que lo volverán a leer en Jena iniciando su bendición y aceptación como gran el filósofo moderno que hoy es. 

     Triste sino, por tanto, el nuestro que hace, a diferencia de Francia o Alemania, que permaneciésemos en la orfandaz y la imposibilidad de desarrollar una filosofía moderna académica propia, en los años en que se empiezan a forjar las fuerzas e Ideas modernas que cambiaran irreversiblemente el mundo de modo tal que o España se modernizaba en sus Ideas filosóficas rectoras  o entraría en una penosa decadencia, descolgándote de las potencias directoras del mundo actual. En esas estamos todavía, como un país sin cabeza de Ideas filosóficas modernas y rigor en el pensamiento del estilo del que comenzó a tallar firme y sistemáticamente Spinoza con su excelsa obra filosófica, la Etica. No al menos a nivel de los fastos de  la España oficial al uso, aunque haya una España realmente existente, en la que nos sentimos incluidos muchos, silenciada en los medios e instituciones culturales oficiales, para la que Spinoza ha comenzado a ser modelo escolar no hace más que algunas décadas, por el mismo o a través de conocidos interpretes y defensores de su forma de filosofar. Pues, como decía Hegel, nadie que no se haya bañado alguna vez en su vida en el éter de la infinita Substancia espinosista podrá entender una sola palabra de la filosofía moderna. Propongamos pues que al menos una vez al año, el día del Libro, los filósofos españoles organicen lecturas y reflexiónes académicas publicas del otro gran libro del que debemos enorgullecernos los hispanos, judíos o no, de la Etica de Benito de Espinosa.