lunes, 15 de junio de 2015

Piaget filósofo

     Una vez que el siglo XX ha empezado a alejarse de nosotros en el tiempo se están empezando a hacer los clásicos balances para destacar en la lejanía las grandes cimas en los diversos campos del saber y del arte. Y así como se destaca en la física a Einstein y en la pintura a Picasso, se destaca en la psicología la figura genial de Jean Piaget. A dichos nombres, indiscutibles ya como grandes figuras en sus respectivos campos, no se les ve como meros contribuyentes al progreso de sus respectivas disciplinas sino como personalidades extraordinarias, geniales y muy diferenciadas en el imaginario social de otros brillantes y prestigiosos colegas, rivales o colaboradores suyos, aunque sea muy difícil precisar que se entiende por ello. Puede decirse que fueron figuras que revolucionaron sus respectivas disciplinas introduciendo con fuerza y decisión nuevos puntos de vista que acabaron imponiéndose sobre los anteriormente dominantes. Así se puede ver como se fue agigantando la influencia y la figura de un Einstein o un Picasso. También le ocurrió lo mismo a Piaget.  Einstein era un gran físico, aunque solo eso, pues como señalo Ortega, opinaba sobre la guerra civil española como un barbaro especialista, con un gran desconocimiento de la historia y la sociedad española. Picasso, como decía Luis Buñuel, era un gran pintor, con una extraordinaria habilidad para el dibujo, pero solo era eso, un gran pintor, a diferencia de Salvador Dalí, quien según el cineasta de Calanda, que lo conoció muy bien, se interesaba y podía conversar y escribir con brillantez sobre materias de otros campos ajenos a la pintura, como los científicos, conectándolos brillantemente con sus obsesiones pictóricas, desde el Psicoanálisis hasta el código genético de Watson y Crick.

     Piaget, en tal sentido, no puede ser considerado meramente como un gran psicólogo y solo eso, sino que tiene una interesante dimensión filosófica en sus comienzos que puede explicar ese atractivo característico que lo eleva por encima de sus colegas psicólogos de profesión. Pues la intención inicial de aquel niño prodigio, que en su adolescencia ya publicaba sus investigaciones en revistas de biólogos especializados en el estudio de los moluscos, era ya en su juventud llevar a cabo una nueva Teoría del Conocimiento, que llegará a ser su famosa Epistemología Genética, aplicando Ideas tomadas del vitalismo de Bergson, cuya lectura de la Evolución Creadora le impresionó de modo especial hace ahora aproximadamente un siglo. Recibió entonces una especie de revelación primera, que algunos equiparan a el famoso sueño de Descartes ante la estufa, que marcaría el rumbo de sus futuras investigaciones. El mismo lo relata en su Autobiografía, I (1896-1914):

     “Mientras recogía moluscos (mi padrino) me habló de la Evolución Creadora de Bergson. Fue ésta la primera vez que yo oí hablar de filosofía a alguien que no fuera un teólogo; el choque fue inmenso, debo admitirlo.

     En primer lugar fue un choque emotivo; recuerdo un atardecer de profunda revelación: la identificación de Dios con la Vida misma, era una idea que me preocupaba casi hasta el éxtasis porque me permitía, a partir de entonces, ver en la biología la explicación de todas las cosas y del espíritu mismo.

     En segundo lugar fue un choque intelectual. El problema del conocimiento (en realidad el problema epistemológico) se me presentó de pronto bajo una perspectiva completamente nueva y como un tema de estudio fascinante. Esto me hizo tomar la decisión de consagrar mi vida a la explicación biológica del conocimiento”

  La comparación con Descartes creemos que aclara mucho sobre la mayor valoración que Piaget acabará otorgando a su actividad científica en demérito de la fuerte inspiración filosófica de sus inicios:

          "Descartes es el mejor de los ejemplos de una época en que ciencias y filosofía estaban ya diferenciadas; no porque sea superior a Leibniz, cuya postura era la misma desde el punto de vista que aquí nos ocupa, sino porque él mismo explicó de una manera clarísima las relaciones de trabajo que establecía entre sus actividades filosóficas y científicas: es necesario, decía él, dedicar sólo un día al mes a la filosofía (detalle de nuevo olvidado por nuestros programas de enseñanza) y dedicar los demás  a unas ocupaciones como el cálculo o la disección. Ahora bien, si Descartes descubrió la geometría analítica que permite coordinar las grandezas numéricas y espaciales, ¿es gracias a su doctrina general sobre el pensamiento y el espacio, dos substancias que sólo con esfuerzo podía considerar a la vez distintas e indisolublemente unidas?, o ¿podemos pensar que las investigaciones que ocupaban veintinueve o treinta días de sus meses han tenido alguna influencia sobre las concepciones elaboradas en el día que quedaba?" ( J. Piaget, Sabiduría e ilusiones de la filosofía, Barcelona, Península, 1970, p. 59).


     Así pues, Piaget debe ser considerado como una especie de sabio centaurico, mezcla de filosofo y científico, como había sido Aristóteles, el propio Descartes, Leibniz, etc., para los cuales la filosofía no se entiende al margen de sus actividades científicas, las cuales tienden a ocuparles la mayor parte del tiempo de su vida. De ahí que Piaget haya tendido a ver sus nuevas propuestas epistemológicas, no ya como algo puramente fruto de especulaciones filosóficas, como el creía que era el caso de la explicación kantiana del conocimiento, sino como enraizado en fuertes evidencias y demostraciones científico-positivas. Ello le llevó en su vejez, en el ambiente de la Guerra Fría, en el que dominaba la tendencia a entender la propia filosofía como una ciencia, tanto por el Positivismo Lógico como por el Marxismo, a pensar exorcizar a la filosofía en su  Sabiduría e ilusiones de la filosofía (1965) y a considerar que su Epistemología Genética era una obra estrictamente científica.

     No obstante ello, creemos que no existe una ruptura entre un Piaget filosófico y un Piaget científico. En el mismo sentido se ha manifestado, por ejemplo, Pilar Palop, cuya opinión compartimos plenamente:

     “No existe, pues, ruptura sino continuidad entre esos «dos» Piaget, en apariencia tan dispares. Y esa continuidad descansa, sobre todo, en la presencia tenaz, dentro de la obra del ginebrino, de ciertas ideas filosóficas que concibió en su juventud y que nunca le han abandonado. Son estas ideas las que han inspirado los más fecundos experimentos de la Epistemología Genética y aquellas que este gran psicólogo trató siempre de verificar en el terreno empírico.

     El mismo Piaget, en un escrito autobiográfico (1966), advertía, con mirada retrospectiva, que toda su obra se resolvía en la exposición incansable y bajo formas diferentes de una única idea, a saber: una cierta concepción de las relaciones entre los todos y las partes.

     Acaso resulte extremada esta afirmación. No es una única Idea la que Piaget ha perseguido sino un conjunto de ellas. Pero un conjunto tan armonioso y trabado que bien pudiera designarse como un «sistema», pese a las protestas del propio Piaget contra quienes le atribuyen el «tener un sistema»”. (Pilar Palop, “El joven Piaget”, Revista de Educación, nº 280, 1986, pp. 141-2)

     En tal sentido se han manifestado también otros intérpretes de su obra, como Gilbert Voyat:

 “… if Piaget can be said to be mainly interested in cognition it is because his intent is not, as has often been stressed, a psychological one, but a philosophical one” (Gilbert Voyat, “Interview with Jean Piaget”, 1980).

     Por ello cremos que su aportación a la explicación del conocimiento humano, no solo  es ante todo filosófica, sino que constituye una novedad equiparable a lo que fue en su tiempo la explicación aristotélica del conocimiento humano, la de Locke o la propiamente kantina, que Piaget acepta como superadora de las anteriores, pero que el mismo consigue superar, a nuestro juicio. Piaget habría así puesto, como Kant o Descartes, unos nuevos fundamentos a la Filosofía, aunque no lo  pretendiese, que cabría entender como la realización de un punto de vista nuevo que consigue superar el idealismo y apriorismo kantianos desde una fundamentación filosófica vitalista o biológica, que toma de Bergson. Pero con la genial diferencia de que la acción cognoscitiva más intuitiva e inmediata, según Piaget y contrariamente  a lo que sostenía Bergson, conlleva en si misma una lógica. Además, dicha lógica tiene su fuente originaria, no ya en la Materia inorgánica o en un Yo “mental” fichteano, sino en la organización espontanea de las acciones corporales más elementales. Por ello, para Piaget, las acciones u operaciones de un sujeto vivo, dado en un medio natural al que tiene que adaptarse, -siendo el propio conocimiento inteligente un mecanismo más de adaptación-, cumplen el papel de una forma más positiva y real que el que Bergson atribuía a una vaporosa  intuición supraintelectual, por su capacidad o habilidad de contrucción creadora de nuevas estructuras cognitivas, captación de transformaciones y no de meros cuadros estáticos de la realidad, por su movilidad y engarce isomórfico con otras estructuras biológicas (redes nerviosas y neuronales). Esta es la Idea filosófica que Piaget habría concebido en su juventud y que el mismo en su Autobiografía considera, recogiendo el pensamiento bergsoniano de que un gran filósofo no hace más a lo largo de su vida que pensar a fondo una sola Idea, como la que ha guiado todas sus investigaciones posteriores. La Idea de que el conocimiento deriva de la estructuración lógica de las acciones de un sujeto corporeo operatorio, de un sujeto quirúrgico, dotado de manos, tan imprescindibles para un sujeto inteligente como son las manos para un cirujano.