lunes, 12 de octubre de 2015

De Piaget a Gustavo Bueno (y III)

     Poníamos en relación, en un artículo anterior ( "De Piaget a Gustavo Bueno II") la obra de Gustavo Bueno con la de Piaget, en el sentido de que el suizo habría elaborado una Teoría del Conocimiento operacional que habría influido en la concepción de la ciencia (Teoría del Cierre Categorial) de Gustavo Bueno y en su Sistema denominado el Materialismo Filosófico. Bueno, sosteníamos, sería continuador y culminador del operacionalismo epistemológico piagetiano en una formulación estrictamente filosófica que en Piaget nunca fue alcanzada. Pues Piaget, como es sabido, acabó renunciando al origen filosófico de su proyecto Epistemológico de juventud e inclinándose a considerarlo una tarea puramente científica que se reduciría al campo de la Psicología evolutiva y al de la Historia de la Ciencia, junto con las aportaciones inter-disciplinares pertinentes de los propios científicos especialistas en sus respectivos campos de conocimiento. Renunciaba así a formular una nueva Teoría filosófica de la Ciencia como alternativa a las defendidas en la tradición filosófica contemporánea por el Positivismo Lógico iniciado con el Círculo de Viena. El viejo Piaget cientificista, que tanto lucho contra el empirismo dominante en el Positivismo del Circulo de Viena y en la escoslática de la filosofía Analítica anglosajona, acabaría entrando en contradicción con el joven Piaget que forjó sus primeras intuiciones filosóficas una tarde de inspiración, según confiesa en su Autobiografía, en la cual se le apareció el èlan vital bergsoniano como el trasunto del mismo Dios:

      “Pero mi padrino (…) encontraba que estaba demasiado especializado y quería enseñarme la filosofía. Mientras recogía moluscos me habló de la Evolución creadora de Bergson. Fue ésta la primera vez que yo oí hablar de filosofía a alguien que no fuera un teólogo; el choque fue inmenso, debo admitirlo. En primer lugar fue un choque emotivo; recuerdo un atardecer de profunda revelación: la identificación de Dios con la Vida misma, era una Idea que me preocupaba casi hasta el éxtasis porque me permitía, a partir de entonces, ver en la biología la explicación de todas las cosas y del espíritu mismo” (Autobiografía, I, 1896-1914).

     Esta “profunda revelación”, que podríamos comparan al famoso sueño de Descartes ante la estufa en el que concibió el principio de su filosofía, hace de Piaget un filósofo en origen que pone el principio a una nueva concepción del biológica conocimiento que irá más allá que Kant o la Fenomenología husserliana, entonces en boga.

     Pero el viejo Piaget, en su libro Sabiduría e ilusiones de la Filosofía (1965) contradecirá al joven al renunciar a sus proyectos  filosóficos de juventud tratando de sustituirlos por proyectos meramente científico positivos. Según la interpretación que estamos desarrollando, el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno puede verse como la propuesta de superar dicha contradicción al conseguir desarrollar una nueva Teoría filosófica de la ciencia, la Teoría del Cierre Categorial, que incorpora y se apoya en la concepción corpórea operatoria del conocimiento introducida con gran éxito por Piaget. Una teoría que además no pretende ser meramente filosófico especulativa, como reprochaba el propio Piaget a las Teorías filosóficas anteriores, sino que pide, para su desarrollo y profundización el análisis positivo y sistemático de los resultados científico-positivos con cierto detalle para evitar cualquier generalización apresurada o indebida.

     No obstante, el problema en la obra de Bueno se traslada, ya no a la elección entre ciencia y filosofía, como ocurría en el Piaget maduro, que resulta ser capciosa para Bueno, pues ciencia y filosofía, aunque sean desarrollos de la misma razón humana, no disputan el mismo terreno, pues las ciencias tratan de los Conceptos categoriales y la filosofía de las Ideas transversales a las categorías científica, como ya sostenía Kant. El propio Gustavo Bueno ha desarrollado una obra filosófica dilatada en el tiempo, abundante y llena de grandes aciertos, que no es ocasión de enumerar aquí, transfiriendo la concepción operatoria piagetiana a campos filosóficos nuevos como el ya aludido de la Teoría de la Ciencia, además de otros como el de la Filosofía de la Religión, en El animal divino (1985) o el de la Política, en el Primer ensayo sobre las categorías de las “ciencias políticas” (1991), por citar dos de los más importantes. Pero ha acabado dejando traslucir una nueva contradicción, funcionalmente similar a la de Piaget, pero ahora con otros parámetros, entre su primera etapa de producción filosófica próxima al marxismo y a la izquierda política y social y una segunda etapa en la que mantiene posiciones políticas de signo contrario a las marxistas, con una especie de discursos impregnados de un nacionalismo reivindicador del papel histórico jugado por el Imperio español, frente a sus críticos izquierdistas, materializados en varios libros de contenido histórico-político y éxito editorial.

     Nuestra propuesta de una interpretación se orienta hacia la superarión de dicha contradicción, que por causa de banderias políticas, amenaza el progreso y la consolidación de la nueva filosofía abierta por influjo de Piaget  y que denominamos de raíz Operatiológica, para no confundirla con el Operacionalismo del positivismo pragmatista de Bridgman de principios del siglo XX, y recoger su mayor afinidad con la Fenomenología husserliana; dicha propuesta gira ahora en un terreno internamente filosófico-ontológico que se remite a razones estrictamente filosóficas (cuya manifestación fenoménica son las contradicciones filosófico-políticas que dividen a sus seguidores) que precisa poner en cuestión la interpretación buenista de Spinoza, que se caracteriza precisamente por presentarse como opuesta a la vuelta del revés de Spinoza que en su día hizo Fichte llevando a cabo una hegeliana "negación de la negación":

     “ El idealismo absoluto de Fichte podrá ser considerado, en efecto, como la plena conciencia atea que de sí misma alcanza dialécticamente la concepción cristiana (…) Por consiguiente, nuestra tesis (…) constituye, a la vez, la antítesis del idealismo y es así una tesis materialista”, G. Bueno, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo, 1996, p. 93).

     Pues, según decíamos en el artículo citado más arriba, Schelling no veía la superación del Idealismo fichteano de este modo, sino que en vez de invertirlo, como hace Bueno, lleva a cabo una nueva interpretación del Dios Substancia spinozista como un Organismo vivo que posee dos atributos opuestos, Pensamiento y Extensión y que, además, está dado in medias res, como una plataforma o un punto de apoyo únicamente desde el cual, -pues no hay un punto de vista libre y racional o enteramente objetivo y neutral, fuera de la propia vida orgánica-, solo se puede dar un sentido racional a la existencia del mundo. Así, el fondo de la propia existencia del mundo es, en terminología del viejo Schelling,  sin razón (Ungrund). Solo Dios como Identidad o Vida es en Schelling el origen de la razón (Urgrund). En tal sentido Schelling realiza una interpretación vitalista avant la lettre de Spinoza que expresa lo que denominamos una forma hábil de pensar, pues evita la contradicción a que conduce empezar por la Materia o por su opuesto, el Yo fichteano. Una forma hábil de pensar que contemple tales posiciones como posiciones extremas resultantes de un análisis insuficiente en tanto que parte de lo que Bergson llamaba un “mixto mal analizado”. Pues si la Substancia de Spinoza es ya en su esencia una realidad mixta (Extensión y Pensamiento) sería un error tratar de reducirla a uno de los dos. Es cierto que Gustavo Bueno pretende evitar tal reduccionismo distinguiendo Géneros de Materialidad, pero entonces el término Materia, que vale lo mismo para la materia física que para la espiritual, se vuelve equívoco en relación con el uso lingüístico común y más extendido. De ahí la incomprensión que genera tantas veces dicha filosofía. Pues, si “materia” se toma en el sentido  de realidad básica, entonces cuando se dice la materia de la Luna, la materia de un poema, no se dice lo mismo, pues en el primer caso es la materia física y en el segundo el “asunto” y no las letras de tinta. Bastaría con decir que tanto una cosa como la otra tienen en común el ser reales. Pero su realidad no es absoluta, sino que siempre apunta a un sujeto vivo que construye con sus acciones el mundo fenoménico y da significado a las cosas. Ese sujeto es material, corpóreo, por supuesto, pero su esencia es su habilidad vital operatoria. Desde esta posición la vida no puede ser construida mecánicamente desde la mera materia, pues hay ahí un dialelo, aunque si se pueda producir materia, como un desecho cuando un organismo muere. La materia así entendida tiene sentido meramente negativo, como lo inerte, lo sin vida, pero la vida no se puede reducir a una propiedad o atributo de la materia.


     La solución schellinguiana nos aproxima también a una reivindicación del racio-vitalismo orteguiano como vía que trata de superar el Idealismo fichteano evitando a la vez el materialismo, considerado no solo en el ejemplo del marxismo, del que Ortega siempre desconfió, sino del Materialismo considerado como una posición Metafísica que se deja atrás con la emergencia de la modernidad filosófica. Pues otra de las características de la filosofía buenista es el rechazo visceral de la aportación filosófica orteguiana que propugnaba el desarrollo de un Vitalismo filosófico que necesitaba de un nuevo “cartesianismo de la vida” junto con un nuevo liberalismo político democrático. Frente a ellas Bueno optó por un Materialismo próximo al marxista y unos proyectos políticos para-totalitarios y anti-liberales (simpatías con el Imperio soviético primero y con el Imperio español después). Pero, el nuevo “Cartesianismo de la Vida” que preconizaba Ortega, y que en él quedo como un proyecto que no afectó a partes centrales de la Filosofía moderna, como la Teoría del Conocimiento, se realizó, a nuestro juicio,  en la figura genial de Piaget (del que Ortega , al parecer, solo leyó algunos de sus primeros libros de psicología evolutiva: ver "Ortega lector de Piaget"). Es por ello desde Piaget desde el cual precisamente creemos que debe interpretarse el significado filosófico de la obra de Bueno, pues querer interpretarlo desde un ámbito puramente localista y aislado de las influencias europeas contemporáneas, como hacen tantos de sus acríticos seguidores, nos parece que lo condena al autismo mas estéril y escolástico. En si misma, decía Sartre, la pisada de un hombre señala mil caminos. Podríamos añadir a ello que donde se dice mil se podría decir infinitos caminos, lo cual nos conduciría a tomar uno por puro azar. Pero las obras de dos filósofos, Piaget y Bueno, entre los cuales se pueden establecer fuertes e innegables conexiones, marcan a nuestro juicio una sola dirección, como cuando se dice que por un punto pasan  infinitas rectas, pero por dos puntos pasa una y solo una, aun cuando los sentidos en dicha dirección común puedan ser opuestos. Dicha dirección, sin embargo es algo que propiamente ya no elegimos, puesto que se nos impone como una resultancia, como un destino, no escrito a priori en las estrellas, sino construido a posteriori por nuestras propias operaciones de comparación crítica entre la gran obra de ambos pensadores. En el resultado de dicha comparación, por supuesto, hay que eliminar defectos, contradicciones, para quedarnos con lo más valioso que hay en ellas y ponernos en marcha para seguir avanzando en dicha nueva dirección filosófíca, como el que avanza en lo todavía desconocido y dado entre tinieblas, aunque con la confianza de que disponemos ya de una dirección general trabajosamente manifestada, que ciertamente hay que saber interpretar y desvelar. Podemos pecar de audaces, pero sería peor dejar pasar la oportunidad de que por fin España, y por extensión el amplio mundo de lengua y cultura hispánica, pueda tener lo que nunca tuvo y tanto se le reprochó por ello, una filosofía académica moderna, sistemática, equiparable en rigor y profundidad a las desarrolladas en su momento por franceses, ingleses y alemanes y que, aunque fuese la última en Europa por su retraso histórico en desarrollarse, no por ello debería renunciar a mejorar y superar a las otras, hoy tenidas ya por clásicas, que la preceden.

martes, 6 de octubre de 2015

Prólogo a El Sótano de Sineo

     Ofrecemos aquí, para el lector interesado, nuestro Prólogo a la novela El Sótano de Sineo de Manuel Asur, poeta y escritor:


Manuel F. Lorenzo, Prólogo a El Sótano de Sineo, pgs. 7-23.