miércoles, 4 de noviembre de 2015

Emergencia electoral de la Tercera España

     El nuevo y emergente partido Ciudadanos tiene posibilidades de convertirse en el nuevo partido de los intelectuales españoles. En tal sentido recuerda al Partido Reformista de Melquíades Alvarez o a la Agrupación de Intelectuales al Servicio de la República de Ortega, Marañón y Ayala.

     La comparación no es superficial ya que puede tener un calado más hondo, en el sentido de que una preocupación esencial de aquellos partidos republicanos era dar presencia en la vida política nacional a las minorías intelectuales, las “elites”, que Ortega echaba de menos en España, en comparación con lo que ocurría en nuestros poderosos y avanzados vecinos franceses, ingleses y alemanes. Dichas minorías intelectuales, integradas por profesores, humanistas, científicos, médicos, abogados, lo que se denomina personas cultas en general, que parecen coincidir con el perfil de votante del partido de Albert Rivera, debían aportar a la dirección política del país un peso de seriedad y competencia, avalado por el conocimiento de la historia y de las complejidades de las modernas sociedades industriales, que pueda influir, por el peso  de sus votos, en la dirección última del destino de los españoles, para que este no se configure únicamente por fuerzas económicas y sociales polarizadas en una lucha ciega, sorda e irreflexiva, como ha ocurrido en trágicos enfrentamientos pasados.

     Precisamente, una de las causas que condujeron a la guerra civil fratricida entre españoles, llena de ignorancia y fanatismo, fue el retraso de España en sustituir a una élite intelectual medieval,  como era la Iglesia, por una élite científica e intelectual ya entonces con importantes figuras como Ramón y Cajal, Clarín, o el movimiento krausista, que permanecieron marginados por los políticos del famoso turno entre Canovas y Sagasta. A pesar de los esfuerzos de acciones aisladas, como la Extensión Universitaria en la Universidad de Oviedo, el pueblo, en progresivo proceso de proletarización, permanecía en la ignorancia más absoluta sobre la nueva sociedad industrial que se estaba abriendo camino, un poco tardíamente, en España. Dicha ignorancia le conduciría a caer en manos del fanatismo proletario fomentado por los partidos revolucionarios obreristas que se constituían entonces. El choque con la reacción violenta y de sentido contrario fue inevitable.                                                       
     La organización de unas minorías intelectuales que asumiesen los principios de la sociedad moderna había dado un paso muy grande, con respecto al siglo XIX, por obra de líderes intelectuales como Unamuno y Ortega. Fue la primera vez que España pudo ofrecer al mundo, agrupados en la institución cultural de la mítica Residencia de Estudiantes,  un conjunto de nombres en los diferentes campos de la cultura y la ciencia moderna, desde Ortega hasta Dalí, pasando por Buñuel, Ramón y Cajal o Severo Ochoa, con amplia resonancia y efecto internacional. Pero el intento de reconducir la República, por la intervención de tales intelectuales, señaladamente las agrupaciones de Ortega y Melquíades Álvarez, evitando el enfrentamiento trágico entre los extremistas antidemocráticos, fracasó. La guerra civil y la dictadura franquista fueron los corolarios de aquella esperanza que trajo la II Republica.

     Hoy nos encontramos en una situación en que una nueva Restauración democrática está conduciendo, en su desarrollo bipartidista, a nuevos enfrentamientos, ya no tanto en torno a un radicalismo social organizado (aunque la aparición de un partido totalitario de izquierdas como Podemos puede reactivar las luchas económico-sociales), sino en torno a la cuestión territorial y lingüística, con amenazas serias de secesión de algunas partes de España. Esperemos y confiemos en que la irrupción del nuevo partido de Albert Rivera, que busca ocupar el verdadero centro, permita que el poder moderador de los votos de tales minorías intelectuales se imponga. Al menos  por su posibilidad de hacer de arbitro moderador, (desplazando al nefasto arbitrismo de los nacionalista vascos y catalanes) sobre las tendencias bárbaras,  ignorantes y fanáticas que amenazan con apoderarse de nuevo de un pueblo al que se pretende, desde la llamada Transición, mantener alejado  de la ilustración y el progreso por medio del monopolio de los grandes medios de comunicación, singularmente la televisión hoy dominada por la cultura de la banalidad y el entretenimiento. Es la única esperanza de regeneración que vislumbramos a corto plazo. A medio plazo se requiere algo más profundo, como sería el cumplimiento del programa orteguiano de introducir, por medio de las minorías culturales,  una filosofía que de nueva vida y racionalidad al pensamiento y a las Ideas que deben presidir y dirigir la necesaria crítica política, sin la cual debe abandonarse toda seria esperanza de regeneración y progreso. Pero para dicha tarea es imprescindible la revitalización de la Universidad y de las instituciones educativas. 

Manuel F. Lorenzo


P.D.  Hace casi una década que fue publicado el artículo que sigue, recogido en mi libro En defensa de la Constitución (2010), pgs. 95-97:


Ciutadans : la esperanza catalana.

     Pasadas las recientes elecciones autonómicas de Cataluña, se está llevando a cabo por toda la esfera mediática un balance e interpretación de los resultados desde puntos de vista más o menos interesados. No obstante, la clase política dominante, y sus prolongaciones mediáticas, siempre trata de arrimar el ascua a su sardina y, por ello, no es muy de fiar en sus valoraciones. Sobre todo cuando se produce un resultado sorpresa como es el caso de la irrupción de una nueva formación política como es Ciutadans de Catalunya. Además de la baja participación electoral es este el dato más significa-tivo, como ha sido reconocido por la prensa en general.

     Pero este dato debe ser interpretado y, por ello, nos vamos a arriesgar dando una interpretación desde un enfoque histórico filosófico que no es habitual en nuestros habituales comentaristas, mayormente centrados en rivalidades y querellas personales. En España, como ya señalaron Clarín, Unamuno y otros, las discusiones públicas acaban derivando inevitablemente hacia las cuestiones personales, quizás por aquello del caudillismo o de la tendencia a la adhesión incondicional a un líder al que se encumbre con los atributos personales de la beatería al uso religioso. Para neutralizar esta tendencia subjetivista es necesaria arrojar luz con el fin de que triunfe la claridad frente a tanto oscurantismo autoritario que nos sigue amenazando con el ¡cuidado con lo que dices!. En tal sentido, la luz histórica, en este asunto, está en relacionar el surgimiento del partido de los Ciudadanos con otros partidos anteriores que habrían mantenido un programa semejante de búsqueda del centro evitando tanto el centralismo rígido como el separatismo disgregador.

     El primero que se nos viene a la cabeza es el CDS de Adolfo Suárez. Pero aquel fue un partido organizado desde el poder y no consiguió enraizar en un electorado mínimo que le permitiese mantenerse y crecer. Además tenía el inconveniente de las relaciones de Suárez,  y buena parte de sus componentes, con el franquismo. Yo creo que deberíamos volver más atrás, a antes del franquismo y la Guerra Civil, para encontrar un partido que podría guardar ciertas semejanzas con Ciutadans. Deberíamos volver a recordar al Partido Reformista, el “partido de los intelectuales” fundado por el gijonés, catedrático de la Universidad de Oviedo y discípulo de Clarín, Melquíades Álvarez.  En un artículo anterior publicado en este mismo sitio (“Recordando a Melquíades Álvarez”) señalé la semejanza en la actitud antidemocrática y antiliberal de reventar un mitin de Ciutadans durante la campaña del Estatuto catalán y el ataque violento de socialistas y otros grupos de izquierda y organizado a otro mitin de los melquiadistas en el teatro Campoamor de Oviedo al inicio de la República.

     El partido Reformista, que se transformaría en el Partido Democrático-Liberal durante la República, era el partido que a principios del siglo XX quería recoger la mejor tradición liberal española que representaron en el siglo anterior Castelar y Clarín. Su programa de grandes Reformas lo situaban en el centro-izquierda con el objetivo de modernizar y regenerar  España y sacarla de su decadencia para incorporarla al mundo de las potencias más avanzadas. No pretendían llevar a cabo una Gran Revolución al estilo de la francesa o la rusa, sino que pensaban y confiaban, que por las circunstancias históricas muy diferentes de las de Francia y más próximas a Inglaterra, en el sentido de la importancia de su influencia política y cultural en un extenso imperio colonial, debía ser la Monarquía la que tomase la iniciativa reformista para superar los llamados por Melquíades Álvarez (gran artífice de este reformismo posibilista ya iniciado por Castelar, impresionado por la irracionalidad del cantonalismo triunfante en la Iª República de la que fue el cuarto Presidente) "obstáculos tradicionales", esto es, soberanía popular, fin del caciquismo y del poder de la oligarquía terrateniente, libertades de prensa, sindicales, descentralización político administrativa, etc.

     Dicho programa no fue nada utópico ni idealista, como creyeron los otros republicanos que como Azaña o Negrín acabaron apoyando al radicalismo revolucionario del Frente Popular, sino que fue el que se llevó a cabo en la llamada Transición a la Democracia encabezada por la propia monarquía juan-carlista, muy diferente en esto a la actitud de la monarquía alfonsina. Y es esencialmente el que está llevando a cabo la España de la monarquía constitucional, con una inesperada y peligrosa desviación provocada por el rebrote de una nueva oligarquía de grandes partidos, grandes bancos y grandes grupos mediáticos que, libres de un arbitro severo que castigue sus excesos como intentaba hacer la Monarquía alfonsina durante la Restauración decimonónica con la antigua oligarquía terrateniente, campean por sus fueros particularistas poniendo en peligro, de forma inconsciente y ciega, la propia unidad nacional.

     La situación es hoy más grave, pues la actual monarquía constitucional no tiene ya la posibilidad de corregir dichos excesos con el famoso “turno de partidos” de la Restauración, ya que el Rey no es el soberano sino que lo es el electorado. Es por ello que el necesario arbitro que frene y castigue tales peligrosos excesos sólo puede salir de la voluntad popular emanada de las urnas. Y en tal sentido nos parece que el éxito electoral de Ciutadans, con su sorpresiva irrupción electoral en Cataluña, si sigue aumentando su representación política, como es lo más probable, representa la irrupción de ese arbitro liberal y democrático que, extendiéndose al resto de España y convergiendo con lo mejor del Partido Popular, ponga a raya a los excesos de esta nueva y voraz oligarquía capitaneada, en esta ocasión, por el mal hacer de Zapatero en sus concesiones a los nacionalistas separatistas.


 Manuel F. Lorenzo
                                                                                                                                    (08/11/2006)