viernes, 6 de mayo de 2016

Cervantes y la filosofía de Spinoza

     Celebramos este año en España a Cervantes, aunque ocurre con tal celebración algo que no pasa ni en Alemania, ni en Inglaterra: que se busca en el Quijote la expresión, no solo literaria, sino también filosófica, crítica y cultural, más alta de la esencia última de nuestro ser nacional. Los alemanes veneran a Goethe, pero ponen su orgullo filosófico nacional en Kant y los ingleses en Locke. Sin embargo nuestra moderna crítica filosófica, en tanto que crítica de la mentalidad medieval, a diferencia de lo que ocurre en los citados países europeos, no se habría desarrollado en términos de un lenguaje filosófico académico, sino que se habría escrito en una novela extraordinaria, una novela “filosófica”, de crítica de la superada mentalidad caballeresca medieval, como verían los ingleses.
     También Ortega vio en el Quijote un instrumento crítico del verdadero protagonista, un Cervantes crítico del voluntarismo más puro, -como Kant habría sido el crítico de la Razón Pura-, que lo mismo servía, según Ortega, para criticar el voluntarismo de un Imperio español que se cierra en Trento a la penetración de la modernidad, como para criticar lo que esa misma modernidad, representada entonces por la Reforma Protestante, tenía de afirmación de un Dios voluntad, no menos irracional. Pero la comparación, aunque interesante, no es muy adecuada porque habría una diferencia en el modo de expresión de una divertida novela cervantina frente a un árido tratado filosófico kantiano. Si utilizamos la palabra “crítica filosófica” para identificar el contenido más alto de ambas obras, deberíamos a la vez diferenciarlas como una crítica propia de una filosofía mundana en Cervantes y una crítica filosófico-académica en Kant.
     Si queremos buscar en el entorno de la cultura española una crítica del voluntarismo, en un sentido estrictamente filosófico-académico, debemos dirigirnos a otro libro, que durante siglos se ha leído y venerado como una cumbre de la filosofía occidental, pero disociándolo de sus raíces hispanas. Se trata de recordar otro libro de Filosofía académica que España podría presentar como complemento académico del más mundano y leído Don Quijote. Me refiero a la famosa Etica, del filósofo de procedencia hispano-judia Benito de Espinosa, conocido internacionálmente por la latinización de su apellido como Spinoza. Una latinización que ha ocultado durante siglos su cultura española de procedencia, privándole de la gloria de haber producido del seno de su cultura nacional una figura de pensamiento filosófico creador equiparable a las propias de aquella época de que se vanaglorian los ingleses con su Bacon o Hobbes, los franceses con Descartes o los alemanes con su Leibniz.

     Pues en el siglo XX aparece cada vez con más claridad, como prueban las investigaciones sobre la procedencia, costumbres y lengua materna de los judíos hispanos, que recalan buscando refugio en Amsterdan tras su expulsión de la Península Ibérica ( Ver, p. ej., G. Albiac, La sinagoga vacía, Madrid, 1987), que Espinosa no era de cultura holandesa sino que era equivalente al hijo de unos exiliados o emigrantes españoles en un país de acogida, en el que todavía la primera generación que nace allí, como era el caso de nuestro filósofo, aunque aprenda el holandés en la escuela no llega a hablarlo bien porque sigue pensando en la lengua materna aprendida y hablada en casa, que era el español. Por ello Espinosa, aunque también escriba en latín como Descartes o Leibniz, pensaba realmente en español, por lo que su filosofía nació, por las circunstancias trágicas de la expulsión de los judíos, no en España, sino en tierra de exilio y emigración. Pero en ella está presente el carácter nacional hispano como lo está la cultura francesa en Descartes o la alemana en Leibniz. En tal sentido habría que decir que en España no hubo modernización no tanto porque España fuese incapaz de producir una figura exímia, fundadora y rectora, sino porque la produjo de tal radicalidad que no pudo ser asimilada ni bautizada de ninguna manera por la inteligencia académica patria de entonces.


     Triste sino, por tanto, el nuestro que hace que permaneciésemos en la orfandad y la imposibilidad de desarrollar una filosofía moderna académica propia, en los años en que se empiezan a forjar las fuerzas e ideas modernas, que cambiarán irreversiblemente el mundo de modo tal que, o España se modernizaba en sus ideas filosóficas rectoras o entraría en una penosa decadencia, descolgándose de las potencias directoras del mundo. En esas estamos todavía, al menos a nivel de los fastos de la España oficial al uso, aunque haya una España realmente existente, en la que nos sentimos incluidos muchos, silenciada en los medios e instituciones culturales oficiales, para la que Spinoza ha comenzado a ser modelo escolar entre nosotros no hace más que algunas décadas, a través de conocidos interpretes y defensores de su forma de filosofar.
(Artículo publicado en El Español, 18-4-2016)