miércoles, 7 de septiembre de 2016

La aristofobia universitaria española

   Hace poco, en uno de los canales televisivos de que disponemos, pude volver a ver la serie televisiva sobre la vida de nuestro ilustre neurólogo Santiago Ramón y Cajal, que en su momento se estrenó en la televisión pública. Entre las muchas cosas que me volvieron a sorprender hubo una en especial: el hecho de que don Santiago, durante sus primeros años de investigador tenía que auto-editarse sus trabajos científicos, los cuales enviaba a los colegas de profesión, obteniendo como respuesta sistemática el silencio. Ni una cita, ni una mención de sus artículos, hoy considerados extraordinarios. Solo cuando dichos trabajos entraron en conocimiento de colegas extranjeros, con ocasión de su viaje a un congreso científico en Berlín, consiguió romper ese silencio y ausencia de valoración positiva o mínimamente crítica que padecía en la Universidad patria.

  Aquella era la Universidad de la llamada Restauración decimonónica. Un régimen político institucional que mantiene tristes semejanzas con el de la España de las últimas décadas. Por ello, un siglo después vuelve a repetirse para muchos investigadores universitarios la triste experiencia de los inicios de Cajal. Una Universidad española desprestigiada en los rankings internacionales por su escasamente relevante investigación. Las excepciones de rigor son precisamente aquellas de investigadores que han conseguido, como Cajal, obtener reconocimiento en las universidades extranjeras donde la investigación es puntera. Muchas veces el mérito es debido a equipos de investigación constituidos en redes internacionales, como ocurre en la investigación biológica del código genético. Pero lo que caracterizaba a Cajal era el ser durante años un investigador solitario. De ahí le viene ese halo de héroe científico. Una especie de Quijote en lucha desigual con los malandrines de turno. De ahí que haya sido elevado a héroe nacional en España porque trataba con su actitud intransigentemente incorruptible, de remover obstáculos y vicios nacionales que parecían hacernos incapaces para la ciencia. Y he aquí que estos vicios nacionales  hoy vuelven a estar como en los tiempos de don Santiago. Creo que ello se debe a que no hemos tomado nota, como se debía, de las reflexiones de nuestro primer filósofo moderno de talla, Ortega y Gasset, cuando señalaba con valentía nuestro gran defecto nacional: la aristofobía, el odio a los mejores.  
   Pero no nos pongamos trágicos ni veamos fantasmas negro-legendarios en torno a este sangrante y triste asunto, del que no nos ocuparíamos aquí si no fuese porque, después de una la larga experiencia de las últimas décadas, constatamos que seguimos más o menos como en los tiempos de don Santiago. El defecto es el equivalente en el mundo intelectual al particularismo o localismo que Ortega denunciaba en la vida política nacional. Creer que se puede impulsar la creación científica o de pensamiento en España a niveles internacionales, sin tener en cuenta este defecto, es pensar como una paloma que creería volar mejor si se eliminase la resistencia del aire en un cielo idealista y platónico. Seamos realistas y tengamos en cuenta este defecto que nos caracteriza, como a los ingleses la hipocresía, a los franceses la avaricia (Moliere) o a los alemanes la barbarie. Dichos pueblos, aliados históricos unas veces y otros rivales nuestros, nos han dejado atrás en la ciencia y el pensamiento porque han sabido encontrar una medicina mentis para, sino eliminar, si neutralizar su defecto constitutivo. Frente a la hipocresía social, los ingleses han desarrollado el artefacto ortopédico del individualismo liberal como reza la obra de Herbert Spencer, El individuo contra el Estado. Los franceses, frente a la avaricia, han inventado el socialismo de la igualdad y la fraternidad. Los alemanes, frente a la barbarie de la Mittel-Europa sin romanizar, han inventado la ética kantiano-prusiana del imperativo categórico. 

  ¿Qué podemos hacer los españoles ante la fobia frente a lo excelso y distanciado que nos caracteriza mayoritariamente? Ortega lo resumía en una frase: imperativo de selección. La selección de las élites de la ciencia y del pensamiento se ha hecho tradicionalmente desde Madrid. Pero Madrid, por ese defecto característico español, no pudo ser lo que fue un Londres, un Paris o un Berlín para la ciencia y la filosofía. El nuevo espacio, la nueva sede de la República de las ciencias y el pensamiento español, es hoy Internet y los media que nos ponen en comunicación a decenas de países y cientos de millones de hablantes hispanos, la mayoría de los cuales han heredado muchas cosas nuestras, como la lengua y las universidades, pero no padecen de aristofobia en el mismo grado letal que nosotros. Por ello pueden ayudarnos hoy con su selección cotidiana como lectores o espectadores a neutralizar el grave daño y sangría que padecemos en la selección de los mejores.  
Artículo publicado en El Español (13-7-2016)