lunes, 8 de mayo de 2017

Los nuevos "intelectuales"

     Los intelectuales eran, desde la Ilustración, las élites que debían conducir al resto de la sociedad en la lucha por una sociedad más igualitaria y más justa. Eran los detentadores del nuevo “poder espiritual” que, según el fundador del positivismo, el Conde de Saint-Simon, -y por analogía con la sociedad medieval, en la cual ese “poder espiritual” lo detentaban los teólogos-, estaría integrado en la naciente sociedad industrial por los científicos, los artistas y los filósofos. En general, la opinión actualmente vigente es que el intelectual, representado por filósofos, científicos o personajes de gran cultura, como se decía antes, ha muerto. Pero la función que cumplía la ha heredado el artista popular que encabeza habitualmente las manifestaciones políticas -incluidos los conciertos por algún tipo de causa- y es continuamente reclamado por los media.

     En el interregno se ha podido producir la falsa impresión de que los especialistas científicos pudiesen sustituir a los intelectuales. En realidad eran meros sucedáneos, pues tras la caída del Muro de Berlín, las estructuras ideológicas de propaganda reconstruidas durante la Guerra Fría, que se sustentaban en la contraposición ideológica capitalismo/comunismo, se vinieron abajo, faltas de sentido y entonces emergió la "voluntad de poder como arte" de la que hablaba Nietzsche: el artista-filósofo post-moderno, que proclama el fin de las ideologías engañadoras y señala, tras dichas máscaras, por medio de las cuales las Ideas adquieren plasticidad, a la voluntad de poder, al deseo mismo como el verdadero motor de la historia. Con él se relativiza la verdad, base del poder del antiguo intelectual, y se abre la puerta a un mundo de fábula, que ahora se llama el mundo de la post-verdad, en el que se pueden cumplir todos los deseos y en el que se mueve como pez en el agua el artista que seduce al gran público, ese ser que no ha perdido el contacto con lo primitivo, lo salvaje, fuente telúrica de inspiración.

     En vez de los intelectuales ahora aparecen los juglares. Y, entre estos, los músicos dionisíacos son los primeros, pues ya para Schopenhauer la música se distingue del resto de las artes por ser expresión directa de la Voluntad. Del maridaje entre los media y el artista surge el marketing publicitario y un auténtico bombardeo musical. Como escribía Allan Bloom: “Nietzsche, en particular, trataba de abrir nuevamente las fuentes irracionales de la vitalidad, volver a llenar nuestro seco río con el líquido procedente de fuentes barbáricas, y, por ello, alentaba lo dionisíaco y la música que de ello derivaba. Este es el significado de la música rock. No insinúo que proceda de elevadas fuentes intelectuales. Pero se ha alzado hasta sus actuales cumbres en la educación de los jóvenes sobre las cenizas de la música clásica, y en una atmósfera en la que no existe ninguna resistencia intelectual ante el desenfreno de las pasiones más descarnadas” (El cierre de la mente moderna, Plaza & Janes, Barcelona, 1989, p. 75).

     Y es precisamente esta técnica mediática, junto con la democracia-social que facilitó el acceso a las universidades a las minorías raciales y culturales no occidentales, aquello que, según venimos diciendo, ha colaborado indirectamente al ascenso de lo que podemos denominar el hombre-minoría. Por minoría no entendemos, queremos insistir en ello para evitar equívocos ni la nobleza, ni la aristocracia, ni las élites, ni nada de eso. No se trata aquí de una clase social, sino de un modo de ser social estadísticamente determinado. Nuestra tesis es que el hombre-minoría empieza a imperar culturalmente en las últimas décadas, a partir de movimientos juglarescos derivados del movimiento estudiantil del 68, tanto de París como de Berkeley.


     Es cierto que el poder social directo en la democracia lo ejerce, en último término, la opinión pública. Es ella y no la burguesía capitalista, o cosas por el estilo, la que impone actualmente, sobre todo tras la americanización de la democracia, los gustos y costumbres. Pero cada vez los impone más a través de sus propios localismos, como se puede comprobar en el predominio de lo que, en España, desde los tiempos de Goya, se denomina majismo. Y dentro de esa opinión pública, el grupo superior, la aristocracia, los majos, son sin duda los artistas populares de los media: cantantes, estrellas de cine, deportistas considerados como geniales, etc. El artista en tanto que se le supone como atributo esencial la originalidad y la naturaleza genial. El artista en sentido amplio, por tanto, que conecta o comunica con su público, el juglar y no ya el artista como poseedor de una depurada y compleja técnica propia de la música clásica, es el que lleva hoy, para bien o para mal, en el imaginario social la antorcha arrebatada a los antiguos intelectuales.


Artículo publicado en El Español (15-4-2017)

1 comentario:

  1. Recuerdo aquel texto de Bueno, en "Los Cuadernos del Norte", "los intelectuales: los nuevos impostores". En una sociedad "liberada" todos seríamos intelectuales, lo cual implicará la expulsión de cuantos se arrogan opinar en nombre de todos. Arrogancia, en vez de conocimiento, es lo que define al intelectual: arrogarse funciones que corresponden a todos. El sabio sabe, ante todo, para él, y no para ser portavoz de todos. Ahora, cualquiera es intelectual en el sentido arrogante. El otro día vi a un político decirle a un autobús con mensajes que no le gustaban: "No sois bienvenidos aquí (a Asturias)"... ¡Lo decía en nombre de todos! Llegará un momento en que la gente normal odie a los intelectuales, y tendrán que volver los sabios.

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