miércoles, 5 de diciembre de 2018

Novedad Editorial: La Razón Manual




           


 
 Prólogo

     Asistimos, en el siglo XX, a una crisis equiparable, según Ortega y Gasset, a la crisis que abrió la Era Moderna. Una nueva revolución científica se abre en la Física con la limitación de la Física newtoniana moderna por la Teoría de la Relatividad de Einstein y la física cuántica de Plank,  junto con la constitución de las llamadas Ciencias Cognitivas (Psicología, Neuorología, Inteligencia Artificial, etc.) y el inicio de una revolución filosófica que se anuncia en filósofos como Martin Heidegger o el propio Ortega, que proclaman el fin de la Modernidad y el comienzo de una nueva época que viene después de la Moderna iniciada en el Renacimiento. En ella estaría surgiendo una concepción filosófica que se empieza a deno-minar postmetafísica y postmoderna. Dicha concepción sería, en palabras de Ortega, nada moderna pero muy siglo XX y se sustanciaría en la crítica de la Metafísica Moderna de la Subjetividad, como la denomina Heidegger.

     Kant había criticado ya la racionalidad metafísica misma, pero no habría ofrecido un análisis filosófico positivo de la racionalidad post-metafísica. Solo uno negativo, como razón finita, limitada por la experiencia, frente a una pretendida razón de posibilidades infinitas e ilimitadas, la racionalidad metafísica. Hoy podemos ofrecer, con el desarrollo de las nuevas Ciencias Cognitivas, un análisis filosófico positivo, con apoyo en resultados científicos, que denominamos Operatiológico. Frente al “criticismo” kantiano se ha descubierto, en el siglo XX, lo que podemos denominar el “habilismo” como origen de la racionalidad humana. El punto de vista kantiano de una Filosofía Crítica frente a la Metafísica, es irrenunciable, pero también es insuficiente si no se sustancia en desarrollos positivos y no meramente crítico-negativos. En los seguidores de Kant,  como Fichte,  dicho  “criticismo”  adquirió un carácter idealista propio de una filosofía puramente racional y especulativa. El Yo de Fichte, la Identidad de Schelling o la Idea de Hegel, fueron las nuevas entidades, sino metafísicas, pues no pretendían tener una realidad separada del mundo físico, a través del cual se habrían paso, si abstractamente ideales y fruto todavía de la “interioridad” del Espíritu, del Geist de Hegel, o de la interioridad de la conciencia, como en el caso del Yo fichteano. La reacción anti-idealista de lo que constituyen las principales corrientes filosóficas contemporáneas, como el Positivismo, el Marxismo, el Vitalismo y el Existencialismo, provocó la búsqueda de una filosofía menos especulativa y más cercana a los desarrollos de las ciencias positivas, en el caso del Positivismo y del Marxismo, o a la propia vida y prosaica existencia humana, como en el Vitalismo y el Existencialismo.

     En España, alejada desde la Contrareforma de las corrientes de la filosofía moderna, comienza a finales del siglo XIX y principios del XX una incorporación y asimilación de las corrientes contemporáneas de la filosofía surgidas en Europa tras la muerte de Hegel, que llevan a cabo Unamuno y Ortega y Gasset, en colaboración con un nutrido grupo de seguidores con los que se inicia la educación de generaciones tan brillantes como las del 98 y del 27 en las vanguardias culturales modernistas. Ello es posible por la apertura ideológica que posibilitaron los gobiernos liberales durante la segunda mitad del siglo XIX, abriendo una brecha frente al catolicismo contrareformista, cada vez más débil, pero todavía de gran influencia en la institución universitaria española. El gran cambio se produce en el siglo XX con la aparición de una filosofía española creativa y a la altura de los tiempos que alcanza su momento de despegue con la figura de Ortega y Gasset durante la primera mitad del siglo XX. Entre las diferentes corrientes filosóficas contemporáneas, la elección de esta nueva filosofía española recae en el Vitalismo existencialista con Unamuno y en un Vitalismo racionalista por parte de Ortega. Es en definitiva el Vitalismo, y no el Positivismo o el Marxismo, la corriente filosófica elegida por estos filósofos, como diría Fichte, según el tipo de personalidad que corresponde a lo español, la personalidad vitalista que tantas veces nos atribuyen como pueblo. En tal sentido Unamuno propone, en su libro filosófico más importante, El sentimiento trágico de la vida (1913),  abandonar  el  Yo  idealista  por el “hombre de carne y hueso”. Y Ortega se propone entender al hombre esencialmente por la ejecutividad de sus acciones, como “ser ejecutivo”, dentro de un entendimiento de la vida humana como la de un Yo dado en unas Circunstancias positivas y vitales, en un sentido similar desde el que Heidegger hablará del Dasein como un Ser-en-el-mundo. En la segunda mitad del siglo XX Zubiri, hablará de la Inteligencia humana como “inteligencia sentiente” y Gustavo Bueno, aunque asumiendo posiciones de una filosofía materialista, en sintonia con el entonces pujante escolasticismo marxista, entenderá el sujeto filosófico como un Sujeto Corpóreo Operatorio, dotado de manos y laringe, como un sujeto vivo operando en un medio material. Eugenio Trías, con el ascenso del movimiento neonietzschano, recupera la conexión vitalista, perdida en la obra de Gustavo Bueno en el interín de la denominada Guerra Fría, por la preponderancia del Marxismo y del Positivismo Lógico durante dicho periodo. Trías entenderá al hombre como un “ser fronterizo”, situado en un límite o frontera entre las circunstancias fenoménicas y el Yo nouménico, situación que había quedado sin analizar en el raciovitalismo orteguiano. Como resultado de sus brillantes análisis, llevados a cabo de un modo más intuitivo y figurativo que estrictamente conceptual, Trías establece una división de la omnitudo realitatis en tres ámbitos o “cercos” que, para decirlo en términos kantianos, son el cerco del mundo fenoménico, el del nouménico y el de la frontera entre ambos. Lo novedoso es que, frente al materialismo antiguo, que lo reduce todo al cerco fenoménico, o frente al idealismo moderno que lo hace derivar todo de una sustancia nouménica (Dios, el cogito), Trías pretende establecer como un nuevo tipo de fundamento, dado in medias res, al límite o frontera entre ambos, entendido no como una mera línea (limite negativo), sino como un territorio (límite positivo).

     En nuestra propuesta filosófica expuesta en Introducción al Pensamiento Hábil (2007), reconociendo como punto de partida y formación a la Escuela buenista, iniciamos una crítica al Materialismo filosófico de Gustavo Bueno, en el sentido crítico asimilativo de separar aquello que nos parecía más innovador y valioso de otros aspectos que, tal como se presentaban, enturbiaban y confundían los innegables aciertos. Así escribíamos entonces:
  
  “La innovación gnoseológica es precisamente lo más novedoso del Materialismo filosófico buenista. Se comprende que esta concepción quirúrgica del conocimiento buenista (conocer es operar) de raíz piagetiana, se haya orientado hacia el materialismo como una especie de medicina mentis al reaccionar contra el idealismo que entendía el conocimiento como referido esencialmente a unas formas o conceptos separados de la materia (…)  Y no es extraño por ello que la influencia del materialismo haya acabado configurando una sistematización dogmática en sus fundamentos o premisas (no ciertamente en muchos de sus resultados) en la obra de Gustavo Bueno (…) Lo positivo en la obra de Bueno, para nosotros, son sobre todo los novedosos análisis del conocimiento científico, de la moralidad, la religión, etc., en los cuales nos apoyaremos como en un núcleo racional al que es necesario separar de la cáscara escolástica de la susodicha Ontología Materialista. No dudamos ni por un momento que Gustavo Bueno sea el más grande de los filósofos materialistas-marxistas hispanos, ni de que en nuestro país ha sido pionero ejemplar en la profundización filosófica por su rigor conceptual y demostrativo en el campo de la filosofía contemporánea, llevado a veces hasta la pedantería a que se arriesga todo tecnicismo escolástico.

     Solo le achacamos haber construido una Ontología (el llamado Materialismo Filosófico) sin realizar antes una fundamentación profunda y verdaderamente crítica, en el sentido kantiano continuado por Fichte, del órgano que la posibilita: una fundamentación de la racionalidad corpórea operatoria. Lo cual seguramente tiene que ver con la influencia, irresistible para muchos, que alcanzó el Materialismo, a través del marxismo, en el momento del arranque de su obra, en plena Guerra Fría. 

     En la obra de Gustavo Bueno sobresale su teoría del conocimiento científico ciertamente; pero esta fue desarrollada posteriormente a su doctrina ontológica materialista, lo cual se asemeja, para una filosofía crítica, al que pone el carro delante de los bueyes. Por tanto, cuando construyó su ontología materialista (la cual, por otra parte, no tiene pretensiones de novedad, sino de profundización académico-escolástica en el Materialismo Dialéctico) toda-vía no había desarrollado realmente sus novedosos y posteriormente abundantes análisis sobre el conocimiento científico.

     Y lo que aquí sostenemos es que para que surja una nueva fundamentación filosófica acorde con sus novedosas teorías gnoseológicas es necesaria una labor crítica que nos permita deshacernos del pesado fardo del Materialismo, que lastra su obra impidiendo un verdadero despegue filosófico” [i].

     En tal sentido, nos proponemos en esta obra llevar a cabo dicha fundamentación de la racionalidad operatoria, asumida y desarrollada con abundantes y prolijos análisis por el propio Gustavo Bueno, análisis ya no meramente figurativos, como en el caso de Trías, sino lógico-operatorios, en los que destaca especialmente por su amplia formación lógica y científica. Pero, lo haremos tratando de integrarlos en la nueva perspectiva de fundamentación filosófica fronteriza introducida por Eugenio Trías, que trata de superar tanto al Materialismo como al Idealismo, en una convergencia con el Racio-vitalismo de Ortega y Gasset. Desde dicha perspectiva fronteriza, nuestra propuesta se encamina a buscar el fundamento de la racionalidad del Sujeto Corpóreo Operatorio, el unamuniano  “hombre de carne y hueso”, en las manos, entendidas anatómicamente como extremidades superiores situadas en la frontera entre el complejo organismo biológico celular humano y el medio natural al que tiene que adaptarse para sobrevivir. En tal sentido, nuestras manos son el órgano fronterizo o cortical (expresado en terminología buenista) con el que el organismo humano transforma dialécticamente el medio y al hacerlo se transforma asimismo, como también señala Jean Piaget, a través de sus brillantes experimentos con los niños, por los cuales constata como el aumento de nuestras capacidades racionales solo se entiende observando y estudiando detenidamente las acciones y operaciones corporales, y especialmente manuales, que los sujetos deben necesariamente hacer a través de sus estadios de crecimiento.

     Es en tal sentido en el que llevaremos a cabo una fundamentación filosófico-sistemática de la racionalidad humana de un modo nuevo y muy diferente, tanto del realizado clásicamente por Aristóteles al denominar al hombre como un animal racional, como el del propio Kant que entendió dicha racionalidad críticamente como finita, en el sentido de limitada por una experiencia que no puede rebasar.



NOTAS

[i] Manuel F. Lorenzo, Introducción al Pensamiento Hábil, Lulu, 2007, pgs. 12-17.



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viernes, 23 de noviembre de 2018

Fin del bipartidismo político español


Cuando hablamos de bipartidismo nos estamos refiriendo al régimen de gobierno que se estableció en España durante las últimas cuatro décadas, derivado del rumbo real que tomo la famosa Transición a la Democracia. Transición realizada con sorprendente éxito por figuras del propio Régimen franquista, como Torcuato Fernández-Miranda, o Adolfo Suarez. Con su Ley para la Reforma Política, sometida a referéndum popular, consiguieron desinflar las exageradas perspectivas de triunfo que se les atribuían a los partidos que pretendían la ruptura con el franquismo, como los comunistas y socialistas, que habían constituido una alianza denominada la Plata-Junta. 

La Transición se hizo, en palabras de Torcuato, como una reforma de “la Ley a la Ley”, y no hubo ruptura, sino una evolución interna del franquismo que dio paso a una democracia, reconocida y aceptada entre las democracias liberales occidentales, de forma ordenada y pacífica, a pesar de las enormes tensiones y estallidos de violencia terrorista que se produjeron. La escalada de la violencia terrorista acabó dando pie al mayor peligro que amenazó la exitosa Transición: el Golpe de Estado militar del 23-F. Con él se consiguió la dimisión de Suárez y el desprestigio de su política centrista, con lo que quedo el camino abierto para el famoso triunfo electoral del socialismo de Felipe González. A partir de entonces el centrista Suárez, con su nuevo partido CDS, no conseguirá volver al poder y será reducido por el electorado a una fuerza marginal. Lo cual provocó que se acabara creando un régimen político denominado como “bipartidismo imperfecto”, porque gobernarían en lo sucesivo dos grandes partidos, el socialista y el popular, que se turnaban en el poder requiriendo de forma acostumbrada de la ayuda de la bisagra nacionalista-separatista de vascos y catalanes. 

Dicho régimen, al principio permitía gobernar y crear mayorías en Madrid, aunque al precio de ir arrebatando competencias como las de educación, control de la televisión pública, embajadas, etc., que fueron utilizadas por los separatistas para aumentar considerablemente su peso político y electoral anti-español. Si a esto se une la desastrosa política de los dos grandes partidos en relación con el control de las Cajas de Ahorro, con la que desataron la famosa “burbuja” inmobiliaria, provocando una gigantesca quiebra de empresas y destrucción de empleo, de la que nació el movimiento político de izquierda radical podemita, tenemos las piezas que llevan a la final destrucción del bipartidismo. El paso del Rubicón de dicha destrucción se dio con la moción de censura contra Rajoy, presentada por el nuevo líder socialista Pedro Sánchez.

Con dicha moción triunfadora ha llegado al poder, sin pasar por las elecciones, una alianza de partidos de izquierda radical y separatistas que recuerda al Frente Popular de la II República. Entonces era la Revolución Socialista la que marcaba el rumbo a seguir. Hoy, desprestigiado el socialismo tras la caída del muro de Berlín, es el separatismo el que se presenta como la opción a realizar para satisfacer una presunta represión histórica de catalanes, vascos, gallegos, etc., por la nación española. Los socialistas disimulan su mera ansia de acceso al poder con la niebla ideológica del federalismo y la autodeterminación de los pueblos, y los podemitas apoyan a sus socios rivales con tal de ver como se destruye la Monarquía Constitucional del 78.

Mientras tanto, la situación empieza a violentarse en una Cataluña dividida, produciéndose la salida a escena de partidos como Vox, que empiezan a conectar con una resurrección ciudadana del sentido de España como nación histórica y política. A su vez el Partido Popular de Casado parece que cambia su política de décadas y rompe definitivamente con los socialistas, encaminándose, quiera o no, a una alianza con Ciudadanos y Vox en pro de mantener la unidad e identidad de España y sacar del poder al nuevo e incipiente Frente Popular anti-español.

En caso de que triunfase en unas próximas e inevitables elecciones esta nueva coalición política españolista, seguramente se abriría un nuevo arco parlamentario en el que, tras la prohibición de los partidos separatistas, que debería impulsar la nueva coalición y la reducción electoral de socialistas y podemitas a unas fuerzas residuales y alejadas del poder por su puesta en peligro de la soberanía nacional, surgiría una nueva derecha nacionalista encarnada por Vox, en disputa leal con una izquierda globalista y europeísta representada por una parte importante de Ciudadanos.Quedaría quizás un centro con una parte de votantes del PP que ven a Vox como demasiado extremista en cuestiones como la supresión de las Autonomías y otra parte de Ciudadanos que no son tan globalistas, ni partidarios de las políticas radicales feministas o de LGTBI. Sería la única forma de crear un nuevo sistema político estable.


Artículo publicado en El Español (25-10-2018)

lunes, 5 de noviembre de 2018

La identidad nacional española


Uno de los problemas que arrastramos los españoles en nuestro largo y tortuoso proceso de modernización es, sin duda, no tanto el problema de la unidad estatal, como el de la identidad nacional. La cuestión de la unidad política estatal está resuelta desde los Reyes Católicos. Pero, a partir del siglo XVII, el Reino de España declina en su poder y se adapta mal a los nuevos vientos de la modernidad cultural, sin cuyas ideas no era posible hacer la transición de una sociedad medieval agraria a una sociedad industrial moderna.

No obstante, de una forma u otra, tales ideas modernas se fueron prendiendo también en España y abriendo el camino a la transformación política que marca el “paso del Rubicón” en la modernidad: la transformación de la soberanía del Rey en la soberanía de la Nación. Se pone, como inicio de este proceso, la famosa Constitución de Cadiz. Pero, el siglo XIX termina con un gran fracaso de este proceso de constitución de una nación española moderna, que lleva a la aparición de los movimientos secesionistas catalán y vasco, a la dictadura de Primo de Rivera y, tras el intervalo de una República fracasada, a la larga dictadura de Franco.

Ortega interpreta el fracaso de la Restauración decimonónica en la creación del sentimiento de la nación política española como producto de dos errores. Uno, por limitarse con Cánovas a copiar el modelo ingles de una monarquía parlamentaria y, otro, por mantener el centralismo político introducido por influencia francesa en tiempos de Felipe V. En La redención de las provincias, Ortega presenta su propuesta más acabada para la Gran Reforma que precisa España, si quiere culminar su constitución como nación política moderna. El centralismo introducido por la monarquía borbónica, en un momento de una España en una fase imperial decadente, no consiguió, ni siquiera con Carlos III, sacar al país de su letargo e inacción provinciana. Por ello, Ortega considera que la única forma de crear el sentimiento nacional es, no desde arriba, de modo centralista, como en Inglaterra o Francia, que disponían de unas élites modernas modélicas cuyo influjo se irradiaba, para emulación de todo el país, desde centros culturales prestigiosos como Paris o Londres, sino desde abajo, partiendo del sentimiento regional de los provinciales y avivando su fuego hasta que genere un sentimiento nacional político español.  

En España, Ortega, al contemplar la ausencia de sentimiento político nacional real y vigoroso, y no de cartón piedra, como era el de Cánovas con la Restauración,  propone una meta cultural común para la provinciana España, la meta de la europeización cultural. Así, Europa era, para Ortega, especialmente dos cosas: ciencia y filosofía. Justamente las dos asignaturas pendientes de la modernización cultural española. En tal sentido, esa modernización, que no se había podido producir en Madrid, por la prepotencia e intolerancia del clero aliado con el Trono, debía producirse en provincias. Por ello, Ortega “imita” dialéctica y creativamente el modelo alemán proponiendo, no ya una centralización federal (la cual implicaría la ruptura violenta del país, como ocurrió en ensayo el cantonalista de la I República), pues España era ya un Estado unitario secularmente consolidado, sino proponiendo una descentralización autonómica del Estado. Dicha descentralización no debía plantear problemas de soberanía, como ocurre en el caso del federalismo.

En los últimos 40 años hemos asistido a un nuevo intento de modernización política en España, a una IIª Restauración de la Monarquía Constitucional. Solo un pequeño matiz enturbió la similitud con la propuesta orteguiana, como denunció entonces Julián Marías, fiel discípulo de Ortega: la introducción del término “nacionalidades históricas” por presión de los grupos nacionalistas catalán y vasco. Tampoco era un obstáculo insuperable. Todo dependía de la interpretación que los Gobiernos y Tribunales diesen al término.

Pero sucedió lo peor. Los gobiernos socialistas, guiados por su concepción federalista del Estado, no tomaron como guía el 'autonomismo' que Ortega había contrapuesto al Federalismo, sino que, orientados más por el “derecho de autodeterminación” de los pueblos de la doctrina marxista, aunque la abandonasen de palabra, desarrollaron la descentralización como una cesión de soberanía, en tanto que cedieron competencias que Ortega consideraba irrenunciables, como la Educación, la Justicia e incluso parte de la política exterior (Embajadas catalanas, vascas, etc.) En tal sentido, lejos de fortalecer el sentimiento nacional, lo reprimieron desviándolo hacia el regionalismo secesionista. La falta de identificación con la enseña nacional constitucional roji-gualda, en regiones enteras de España, no es más que el síntoma en el que aflora el fracaso en la construcción de la nación política española.  


Artículo publicado en El Español (25-9-2018)

viernes, 19 de octubre de 2018

A la búsqueda del liberalismo perdido


Empezamos a vivir tiempos revueltos en la política. Nuevos totalitarismos nos amenazan, ahora en la versión de la rebelión de las minorías étnicas, culturales, sexuales, etc. Nos está pasando en España, donde cada vez se constituyen poderes parlamentarios, desde los Ayuntamientos hasta las mismas Cortes, resultado de un equilibrio entre grandes partidos con grupos minoritarios radicales.

Como resultado de ello se forman Gobiernos minoritarios que toman decisiones que pueden ir en contra del sentir de la mayoría de los electores en asuntos que, además, pueden afectar gravemente a la convivencia ciudadana, como se está viendo en el caso de la rebelión separatista de Cataluña.

Hay aquí una tergiversación de la Voluntad General, que como ya sostenía Rousseau, no tiene porqué equivaler a la mera suma de los votos, o Voluntad de Todos. En la democracia española el asunto es grave porque no existe un poder democrático diferente del constituido por los representantes de los partidos en los parlamentos, autonómicos, locales, o incluso ahora el parlamento nacional. Pues al Rey, como Jefe del Estado, solo le corresponden funciones simbólicas de ratificar leyes o funciones de moderación y mera mediación.

Diferente es el caso de una democracia presidencialista como la de USA en la que, como estamos viendo, frente a un Parlamento cada vez más proclive a ceder ante las presiones de minorías, como las culturales o sexuales, introduciendo leyes que pretenden equiparar plenamente derechos de minorías con los de las mayorías naturales, se produjo la irrupción súbita de un Presidente como Trump que surge, según se dice, del voto de la América profunda, del ciudadano libre que rechaza la intervención del Estado en lo que atañe muy de cerca a sus libertades personales, de educación de sus hijos o de sus creencias religiosas. Aquí podemos ver, en la elección directa del Presidente, una limitación democrática del poder parlamentario. 

Ya el filósofo inglés Herbert Spencer proponía, en la época de la Inglaterra victoriana, un renovación del liberalismo en la defensa de los derechos individuales, que consistía en que el poder que debía limitarse ya no era el Poder de una Monarquía Absoluta, como en los tiempos de John Locke y de la Gloriosa, sino el Poder de los Parlamentos, que sustituyen como Soberanos a los Reyes. Porque, decía Spencer, una cosa es quien detenta el Poder (Soberanía) y otro hasta donde llega ese Poder (límites del Poder).

Ortega retomó esta distinción de Spencer y la vio como la única solución para escapar a la crisis de totalitarismo que abrió a principios del siglo XX lo que él denominó, en libro famoso, la “rebelión de las masas”. Dicha rebelión no se reducía solo al Comunismo o al Fascismo, sino que podía adoptar otras formas distintas. Una de ellas, creemos que es la que está ocurriendo ahora mismo como “rebelión de las minorías”, en la que la propia “rebelión de las masas”, que continúa con el entontecimiento cultural propio de la aristofobia de las masas, abre la puerta al igualitarismo utópico y quijotesco de las minorías antes citadas, sin caer en la cuenta de que con ello, lejos de conseguir una mayor igualdad, seremos todos sometidos a las duras y arbitrarias prescripciones que empezamos a ver en lo “políticamente correcto”. 

Ortega, a diferencia de Spencer, creía que, si la democracia venía efectivamente de los antiguos griegos y de la Inglaterra moderna, el liberalismo procedía de los germanos medievales. Spencer, sin embargo, solo veía en estos el militarismo prusiano, tan opuesto al pacifico y laborioso industrialismo inglés. Pero Ortega ya veía el origen de la insobornable libertad personal moderna en la limitación del fuero feudal frente al poder centralizador del monarca.

Hoy vemos una nueva versión de ese poder limitador en el voto de la América profunda del “cow boy” frente al poder de los políticos de Washington. En tal sentido ni en España, ni en toda Europa, tenemos algo parecido. Inglaterra lo tuvo hasta hace bien poco en sus orgullosa y elitista aristocrácia. Pero hoy, también en ella, la Monarquía es meramente un poder simbólico y la Cámara de los Lores está subordinada a la de los Comunes, en la que rige lo que aquí denominamos “partitocracia”.

Por ello lejos de considerarnos como europeos con derecho a mofarnos del fenómeno Trump y de las maneras bruscas o “populistas” de la Democracia Americana, deberíamos volver a pensar por nosotros mismos, aunque con la ayuda, por supuesto de reconocidos grandes pensadores como Spencer y Ortega, la nueva crisis de la democracia liberal a la que nos estamos enfrentando. Pues no solo nos enfrentamos a ella en nuestra siempre tardígrada y atrasada España en estos asuntos modernos, sino que la crisis es, de nuevo, mundial.


Artículo publicado en El Español (9-7-2018)

lunes, 8 de octubre de 2018

Covadonga y la Democrácia española

Estos días pasados ha tenido lugar la visita de la Infanta Leonor y de sus padres, los Reyes de España, al Principado de Asturias, en conmemoración de los 1300 años transcurridos desde la denominada batalla de Covadonga (718). Batalla real para unos o inventada para otros, pero que en definitiva simboliza algo que condujo a la rebelión de Pelayo contra la dominación islámica de Munuza, asentado en Gijón, ciudad en la que tiene todavía hoy una calle. Con dicha rebelión se inicia un movimiento de reconquista y no de mera resistencia, como ocurrió en el condado de Barcelona, dependiente de la Marca Hispánica de Carlomagno, o de lo que sería el Reino de Navarra

Una rebelión que muy pronto se consolida y se extiende, llegando en menos de 70 años a pasar a la contraofensiva el rey del pequeño reino asturiano, Alfonso I, el cual consiguió hacer inexpugnable Asturias para los ejércitos sarracenos. Con Alfonso II el Casto que, en una de sus razzias, llega hasta Lisboa, se crea la frontera de tierra quemada en torno al rio Duero y se inicia la peregrinación desde Oviedo a Compostela, como a una nueva Roma, que hay que visitar para ganar el jubileo en la tumba del apóstol Santiago. Por último, Alfonso III inicia la repoblación del valle del Duero, la creación de Burgos con su castillo para defender la llamada Bardulia, como una especie de Marca Hispánica asturiana que engendrará el Condado de Castilla, como Carlomagno engendró el Condado de Barcelona. La diferencia está en que mientras el francés se limitaba a una política defensiva, el asturiano tiene una estrategia ofensiva, que continuarán después, principalmente, los reyes de León, Castilla y Aragón llevando a la toma final de Granada. 

Por eso, en Cataluña se mantuvo una estructura feudal tradicional, cuyos restos se manifiestan intermitentemente en su historia, tal como ahora ocurre con la jerarquía racista del separatismo en rebelión frente a una Constitución democrática igualitaria más afín con la Castilla originaria, que fue creada como feudo o marca del Reino de Asturias con la repoblación y fundación de ciudades como León, Astorga, Burgos, Amaya, etc. Una repoblación que recuerda la conquista del Oeste americano con sus condados autónomos de ciudadanos que se reparten por igual las tierras y que eligen sheriffs y jueces para defenderse de los indios y de los cuatreros. Nace así Castilla como una sociedad igualitaria de pequeños propietarios libres de señores feudales y dependientes, sin intermediarios, de la Corona asturiana que los crea. Eligen sus alguaciles y alcaldes que los defiendan de las injusticias y cuentan con la protección real que los libre de las razzias del temible ejército islámico. Castilla, desde su origen es por ella de estructura democrática, a diferencia de la feudal Cataluña. 

Otra cosa es que, como señaló Ortega y Gasset, democrático no es idéntico a liberal, porque el igualitarismo social, cuando no tiene límite, puede ser el peor enemigo de la libertad. Y a la inversa, el feudalismo, que según Ortega está en la raíz del liberalismo europeo, porque se basa en poner unos límites al poder real que garanticen la libertad y el habeas corpus de los señores feudales. Sin embargo, puede degenerar en un racismo esclavista, como parece ser que ocurrió en Cataluña hasta que se incorporó, con los Reyes Católicos y después con Felipe V, a unas estructuras más igualitarias de una España unitaria y centralista. Por ello, el problema de España, como se dice, que todavía está sin resolver, reside en la necesidad de asentar en nuestro país una democracia liberal, aun conservando la Monarquía histórica.

Las bases de la actual democracia se empezaron a poner tras la industrialización y la creación de una amplia clase media en la época de Franco, con la denominada Transición a la Democracia. Pero, después de varias décadas, nos encontramos con serios problemas de crisis política en Cataluña y peligro de nuevos enfrentamientos entre el igualitarismo español y el radicalismo separatista catalán o el vasco. Por ello algunos hablan de regenerar la “fallida” democracia actual. El fallo, según este análisis, se ve muy bien en las propias raíces de España. Reside en una democracia entendida al modo aristofóbico castellano, recogido en la frase “del Rey abajo ninguno”, que ahora nos viene reforzada por la imitación de la ideología multiculturalista dominante hoy en Bruselas, basada en el igualitarismo más demagógico y destructor de las nacionalidades históricas europeas, en nombre de un utopismo completamente idealista. Mientras no se pongan límites a este igualitarismo, tanto castellanista, como ahora globalista, con la defensa liberal y a la vez democrática de los Estados nación y de sus necesarias élites dirigentes, no parece que se pueda corregir el desastroso rumbo que en España ha tomado la democracia. 

Manuel F. Lorenzo

Artículo publicado en El Español (12-9-2018).

sábado, 22 de septiembre de 2018

Regenerar la democracia española

Hoy se vuelve a hablar de la necesidad de regenerar la democracia española. Se coincide, por parte de muchos, en que nos encontramos ante un sistema político-social que está dando alarmantes síntomas de descomposición y de fracaso. Todo ello coincide, además, con una crisis económica de la que nos cuesta salir. Y aquí es donde está surgiendo el recuerdo de aquel movimiento regeneracionista de carácter civil que encabezó Joaquín Costa durante la llamada Restauración decimonónica.

Hay muchos paralelismos que se pueden hacer entre la crítica de Joaquín Costa en su famoso libro-Informe, Oligarquía y Caciquismo, a la 1ª Restauración y la que hoy se está haciendo a esta 2ª Restauración borbónica. En ésta aparece una nueva oligarquía integrada por los dos grandes partidos (PSOE, PP), más alguna bisagra (CIU, PNV), junto con grandes bancos y grupos mediáticos. Pero, si nos centramos en las diferencias, la España oficial que hoy tenemos no se parece nada a la España oficial de la 1ª Restauración. La España oficial decimonónica era “casticista” y defendía un patriotismo español de “cartón piedra”, retórico, tradicionalista, etc., mientras que la España oficial actual es europeísta, antipatriótica, rechaza la bandera, pone en cuestión la unidad e identidad de la nación española, etc. La España de la 1ª Restauración exaltaba al Cid y a Lepanto contra el Islam, a las glorias literarias del Siglo de Oro. La España oficial actual ha dado tantas vueltas de llave en la enseñanza, no solo al sepulcro del Cid, sino a la propia historia de España, que hoy es sustituida en las autonomías por la historia de Cataluña, del País Vasco, etcEl llamado “respeto” al Islam está llegando tan lejos que se idealiza la Alhambra y lo islámico medieval como faro de la civilización frente al cristianismo atrasado, bárbaro y supersticioso.  

La 1ª Restauración carecía de “escuela y despensa”, según Costa. Hoy  podríamos decir lo contrario, pues hoy son enfermedades comunes y muy extendidas entre el pueblo las que tienen que ver, no con el hambre, sino con el exceso de consumo y la sobrealimentaciónIncluso la escolarización es excesiva, sujetando a los niños desde los cero hasta la mayoría de edad, lo que obliga a todos a permanecer en una especie de guardería infantil,  con la consecuencia de un gran fracaso escolar por la imposición del igualitarismo educativo y la pérdida de autoridad de los profesores. Incluso se han creado un número desorbitado de Universidades, mal dotadas y peor organizadas, por intereses meramente electoralistas de los líderes autonómicos y locales.  

Por todo ello, un movimiento regeneracionista actual, que trate de criticar la nueva España oficial de esta 2ª Restauración borbónica, no debe repetir miméticamente el programa de aquellos regeneracionistas  decimonónicos que, a pesar de su poco efecto político en el corto plazo, en el que Costa se consideró políticamente como un fracasado, tuvo un efecto a medio y largo plazo que hace que, sin sus críticas y propuestas, no se pueda entender algunas positivas medidas políticas en la dictadura de Primo de Rivera y en la de Franco, incluso en algunos aspectos de la II República, como fue la dignificación social del maestro de escuela. Un movimiento regeneracionista de la situación política actual debería proponer reformas económicas, como la vuelta a un capitalismo de carácter más industrial, para crear empleos de calidad, con la reforma de la función de los bancos; debería proponer una superación de la crisis institucional por la limitación de competencias excesivas y, en los casos necesarios para el mantenimiento de la economía nacional o el funcionamiento del Estado, su supresión.

Pero debería ser también consciente de que la nueva regeneración política y social llevará tiempo y debe ser enfocada para el medio y largo plazo, no obstante lo cual no se excluye que se produzcan cambios en cualquier momento por la irrupción súbita de nuevas fuerzas políticas, como está ocurriendo en otros países europeos  ante  fenómenos  difíciles de  domesticar,  como  la inmigración. De ahí que sea muy importante la formación de un nuevo tipo de políticos y minorías dirigentes, como decía Ortega y Gasset, las cuales solo podrán acceder al poder si se crea un nuevo tipo de elector español medio, que se aleje del seguidismo demagógico; porque estamos ante las circunstancias de ser hoy España ya un país integrado en Europa, en el grupo de las cuatro grandes economías, pero que, por errores de sus dirigentes políticos y conformismo del electorado, nos hemos convertido en el eslabón más débil de la cadena económica que soporta a la propia Europa, en el sentido de llegar a ser un peligro sistémico. Y, ciertamente, no es precisamente ésta la función que aquellos regeneracionistas decimonónicos querían para su regenerada España. Recojamos, pues, si no su letra, sí al menos su espíritu de regeneración.


Artículo publicado en El Español (20-8-2018).

viernes, 7 de septiembre de 2018

El regreso liberal de Mark Lilla


Mark Lilla es un profesor de la Universidad de Columbia que llevaba una vida académica dedicada a la reflexión sobre temas de la historia intelectual europea y, a la vez, como hacemos otros, sintió la necesidad de practicar lo que en España se llama la “extensión universitaria”, publicando artículos sobre temas varios de actualidad, en periódicos como el New York Times. Pero, uno de esos artículos, en el que criticaba la incapacidad del partido Demócrata norteamericano para ganar a Trump tras abandonar la defensa de los intereses de la mayoría de los ciudadanos estadounidenses en favor de las identidades de grupos minoritarios, raciales, culturales o de “genero”, provocó la respuesta airada de la izquierda demócrata tratando al autor de reaccionario, etc., con el consiguiente escándalo mediático.

Mark Lilla, entonces, considerando que debía explicarse mejor, defendiendo su crítica como liberal y no reaccionaria, publicó un ensayo (Mark Lilla, El regreso liberal, Ed. Debate) en el que, ante el triunfo inesperado de Donald Trump, culpa a la izquierda demócrata norteamericana por anteponer un liberalismo identitario e impulsar los temas de las minorías de “género”, culturales, etc., que atomizaron la idea de una ciudadanía nacional común a los norteamericanos. Además de que, de modo más grave aún, el partido Demócrata de los Clinton y Obama, han dado la espalda a la propia clase trabajadora, dejando que una coalición de tales minorías ocupase el lugar de las tradicionales élites liberales directoras de la política. En Europa, según Lilla, estaría pasando algo similar, con el equivalente de los demócratas norteamericanos que son la izquierda socialista en sus diversas variantes. 

Mark Lilla, en la presentación de su libro en España se refirió al problema de la minoría catalana y vasca, que está disolviendo en la izquierda el sentido de la común unidad de la ciudadanía española. Estoy leyendo su libro apresuradamente, constatando para mi sorpresa, como su crítica a la anti-política, que para él representan estos movimientos minoritarios, su peor romanticismo sentimentalista, su falta de “politesse” y de sentido común, es la misma que intenté denunciar en un libro (La rebelión de las minorías) que decidí publicar yo mismo hace una década, tras enviarlo a algunas editoriales con resultado nulo. Al que le interese puede leerlo en Internet. Así empezaba mi libro: 

“Un nuevo fenómeno político-social comienza a arribar a nuestras playas políticas provocando una profunda división en el país: la equiparación en derechos y consideración social de las minoritarias uniones entre homosexuales con las mayoritarias uniones heterosexuales. El actual gobierno de Zapatero parece estar dispuesto a que la voluntad de una minoría social homosexual se equipare a la mayoría heterosexual en la consecución de iguales derechos, incluidos los derechos de adopción y crianza de niños. 

El fenómeno ocurre en otros países y no es por ello privativo de España. Por ello para analizarlo a fondo es preciso ir más allá de la mera constatación de enfrentamientos con la Iglesia o con la mentalidad católica tradicional, etc. (…) Pues dicho enfrentamiento no nos parece que sea un episodio más del tradicional choque entre reacción y progreso en la extensión de las libertades individuales o sociales (…) El problema está en que, debido al creciente predominio de la demagogia sobre la democracia, determinados partidos políticos tienden a defender los principios de la democracia como una nueva forma de régimen absoluto en el que la democratización no tiene límites. Es decir, no entienden la democracia al modo liberal, esto es como democracia con límites marcados por la separación y quilibrio de poderes que inventaron Locke y Montesquieu (…) Sino que la entienden como que el ser ciudadano de un país democrático hace a todo el mundo igual, tanto en su derecho a votar, lo cual es ciertamente legítimo, como en cuanto a sus opiniones sobre todas las cosas sin límite ninguno”.  

Creo que me adelante en años a la eclosión del tema minoritario, y eso no es bueno. Mark Lilla lo hizo en un mejor momento y su efecto ha sido muy superior. Incluso yo publiqué, en este Blog del Suscriptor, con ocasión de la rebelión catalana de Puigdemont, un artículo titulado “La rebelión de las minorías”, que fue uno de los más leídos, según informaciones de El Español. Pero no hubo polémica, quizás porque en España sigue predominando la tradición inquisitorial de silenciar al hereje, ya que hoy no se le puede encarcelar o quemar. Quizás porque no se me considera un hereje importante o no se me quiere dar publicidad. Pero, si mi artículo hubiese provocado un debate con la izquierda, estoy seguro de que lo que ocurriría a continuación sería lo mismo que en USA le ocurrió al profesor Lilla: el intento de desacreditarlo como retrógrado o reaccionario. 


Artículo publicado en El Español (8-8-2018).

viernes, 24 de agosto de 2018

La Constitución acuchillada por un hecho

Herbert Spencer, el pensador mundiálmente leído de la época victoriana, fue uno de los grandes filósofos ingleses, aunque hoy esté prácticamente olvidado incluso en su propio país. Solo Margaret Thatcher se acordó de sus propuestas liberales de limitar la creciente estatalización de la vida pública con la pretensión, manifestada ya en su tiempo por Spencer, de privatizar hasta el servicio de Correos. Autor de una filosofía sistemática, era un modelo de filósofo positivista que todo lo analizaba y trataba de explicar de modo racional. Se decía de Spencer que “no era un hombre; era un intelecto”. Sin embargo, algo de hombre si tenía, pues llegó a mantener una relación amorosa con la famosa poetisa y novelista George Eliot. Además, lejos de llevar una vida de filósofo anacoreta, Spencer solía recalar por las tardes en el Ateneo, el gran club literario londinense, situado hoy todavía cerca de Picadilly Circus, donde jugaba al billar y conversaba con ilustres conocidos como Thomas Huxley, el llamado “bulldog de Darwin”. Huxley, al enterarse de que Spencer había escrito una tragedia, no pudo menos de exclamar jocosamente que la idea de una tragedia de Spencer debía consistir en algo así como “una deducción asesinada por un hecho”.

Una idea similar de tragedia nos puede servir para entender lo que que algunos ven en la crítica situación española en la que nos encontramos: un imponente edificio constitucional, aprobado en 1978, basado en unos Principios jurídicos propios de un régimen democrático-liberal, de los cuales se deducen con racionalidad unas normas de la convivencia política que son finalmente acuchilladas, en la Autonomía catalana y otras, por un “hecho” político, el separatismo creciente. El asesinato empezó por las normas lingüísticas, marginando al idioma español común, el castellano; se continuó con la eliminación de la enseñanza de la Historia común a los españoles, y está acabando con la persecución de los propios derechos ciudadanos comunes a la nación. Si queremos entender tal hecho asesino, habrá que preguntar por su génesis, por cómo se ha llegado a semejante situación. Hay que volver, por ello, a recordar el origen de todo esto para romper el maleficio que parece paralizar hasta a Presidentes del Gobierno, como vimos en el caso más sorprendente del señor Rajoy, imagen triste de la impotencia, que alcanza rasgos surrealistas, de todo un Estado ante la rebelión de una minoría separatista fanatizada. 

Decimos surrealista porque nos viene a la memoria una situación similar de una famosa película de Luis Buñuel, El Angel Exterminador, en que se produce un hecho inesperado que impide abandonar la casa, de modo incomprensible, como si de un sortilegio se tratara, a unos miembros de la alta sociedad, reunidos en una mansión durante una velada nocturna. La situación se va degradando hasta unos límites que muestran las bajezas propias de la condición humana. Entonces, a alguien se le ocurre recordar el momento en que se produjo el encierro que les impide salir de la casa. Se da cuenta que eso ocurrió cuando una pianista interpretaba una pieza musical. Tratan entonces de volver a repetir la escena consiguiendo vencer el sortilegio y salir de la mansión, en torno a la cual la policía y las multitudes se habían agrupado masivamente alertados por la extraña situación. De la misma manera que en la película, debemos volver a recordar cuando se produjo el momento en que el Gobierno de la nación empezó a estar preso de los separatistas. De tal forma que, repitiendo ese momento, podamos ver claramente la forma de conjurarlo y encontrar la salida de la trágica situación en que nos encontramos.

Dicho momento tuvo lugar cuando no se encuentra más solución para acceder al gobierno nacional que los pactos con los denominados partidos nacionalistas, eliminado y desprestigiado un Adolfo Suarez que, al margen de sus aciertos y errores, representaba al comienzo de la Transición un potente electorado de centro por primera vez en la Historia de la democracia en España. De esos polvos vienen, de modo imprevisto para tantos, los lodos de la actual rebelión separatista y de la parálisis del Gobierno de la nación. La culpa última no está en uno u otro partido, sino en el poder soberano propio de una democracia, que es el voto del elector conformador de las mayorías parlamentarias de las últimas décadas. Ese elector se ha caracterizado por apoyar mayoritariamente posiciones de izquierda (PSOE) o de derecha (PP), pero ha despreciado todas las propuestas de volver al centro. Eso ha ocurrido de forma continuada en las últimas décadas y solo en las últimas encuestas parece que ese voto está cambiando de forma espectacular hacia un partido o movimiento, como Ciudadanos, que busca la reconstrucción del espacio político de centro. Quizás sea este el sortilegio que nos hará salir de la situación de impotencia en que se encuentra el Gobierno central.


Artículo publicado en El Español (6-6-2018) 

viernes, 10 de agosto de 2018

Desenterrar a Franco


El actual Presidente, Pedro Sánchez, se propone desenterrar a Franco de su tumba del Valle de los Caídos. Su decisión puede ser vista como una maniobra de distracción de los graves problemas que nos siguen aquejando, como la actitud de continuar el camino hacia la separación de Cataluña del actual presidente Torra, o el tratar de contentar a sus socios de Gobierno, como Podemos y los propios separatistas. Pero también se puede considerar, desde otra perspectiva, como la actitud propia de un aprendiz de brujo que desata fuerzas que después no puede controlar. Pues inevitablemente se está ya empezando a producir un debate que acabará llegando a la opinión pública, por mucho que, a excepción de Internet, la mayoría de la opinión publicada en los grandes medios se considere antifranquista y por tanto no va a salir en defensa del ilustre enterrado. Pues el debate está empezando a cuestionar, en libros de gran tirada, como los de Pio Moa y otros, los mitos y mentiras sobre la figura de Franco y de su largo Régimen dictatorial.

Mitos que los historiadores, salvo raras excepciones, no se han preocupado de combatir con rigor y metodología científica, dejando el espacio libre para el predominio de los que podemos denominar “cronistas” de la izquierda, cuyos relatos parten ya del supuesto de que el progreso lo representaba el socialismo, el comunismo y el separatismo, mientras que el franquismo no era más que un freno histórico y una vuelta a la caverna. Un cronista se diferencia de un historiador en que, como en la Edad Media, relata los hechos sucedidos siempre en beneficio de mantener el prestigio de su señor, al que sirve, mientras que un historiador, buscando el contraste con fuentes seguras e independientes, trata de reconstruir en lo posible lo que verdaderamente sucedió, caiga quien caiga. Los científicos deben ser, en tal sentido, como decía Fichte de los filósofos, sacerdotes del templo de la verdad y no meros cronistas o propagandistas al servicio de los políticos de turno. 

Después de transcurrido casi medio siglo, desde el final del franquismo, parece llegado el momento de la verdad histórica, a pesar de los intentos por parte de la izquierda, con el consentimiento del PP de Rajoy y el silencio de otros, de establecer una “verdad” por la Ley de la Memoria Histórica, con la que se apuesta más por los cronistas que por los verdaderos historiadores, a los que se trata de amenazar incluso con multas y cárcel por enaltecer el Régimen franquista. Todo se andará en la época de las fake news, pero la verdad, como tal, siempre ha demostrado ser muy tozuda. De momento, por lo que está saliendo a la luz, en estas revisiones históricas espoleadas inevitablemente por la caída del Muro de Berlín y el fracaso del socialismo y comunismo soviéticos, la figura de Franco es vista como alguien que nos libró con su victoria en la Guerra Civil de semejante pesadilla. Por otra parte, aunque Franco se vistió de fascista y buscó la alianza con Hitler por necesidades militares, su Régimen fue calificado más precisamente, no de “fascista”, sino de “autoritario”, por sociólogos de prestigio como Juan Linz. Pues Franco, a diferencia de Hitler, Mussolini o el propio Stalin, no fue un político, sino un militar de prestigio. 

Su Régimen puede ser calificado más de bonapartismo que de terrorismo jacobino, como fue el caso de Hitler o Stalin. Pero se diferencia del corso en que sus victorias militares no tuvieron carácter continental, sino que se redujeron a España. En esto recuerda más al vencedor de la Guerra Civil inglesa Oliver Cromwell. Pues este también se consideró un vencedor en lo que entendía como “cruzada” de los puritanos contra los católicos. Cromwell, cuyo cadáver fue desenterrado y su cabeza colgada de una pica en el centro de Londres, cuando se restauró la monarquía católica de los Estuardo con Carlos II, fue sin embargo rehabilitado posteriormente como el que puso las bases con la creación de la Commonwealth de la posterior hegemonía inglesa en los mares. Hoy tiene una estatua en Londres. 

Franco se parece a Cromwell en su dureza y en su proyección de futuros progresos, al poner las bases económicas de una riqueza nacional inédita, con la modernización de España, elevándola a figurar entre los diez países más industrializados del mundo. La transición a la democracia no debería olvidar que no hubiese sido posible de la forma pacífica en que lo hizo sin la extensa clase media creada en el desarrollismo franquista. Jacobo II quiso restaurar el catolicismo en Inglaterra y fue derrocado por el golpe de Estado de Guillermo de Orange, inicio de la monarquía democrática inglesa. Si Pedro Sánchez y sus socios de gobierno pretenden volver a restaurar la República quizás se encuentren con los votos ascendentes (las espadas de la democracia) de los españoles crecientes en número que luchan por mantener, junto con la Monarquía democrática, la unidad e identidad de España. 


Artículo publicado en El Español (20-7-2018)