domingo, 22 de abril de 2018

ARCO y lo siniestro

El último escándalo artístico madrileño bien sonado se produjo con la retirada de la feria artística de Arco de la obra de Santiago Sierra, 'Presos políticos en la España contemporánea', consistente en una serie de retratos pixelados de 24 personajes de rasgos borrosos, pero que se pueden identificar por textos que se adjuntan nombrándolos y describiendo la causa por la que fueron procesados y en algunos casos encarcelados. Los personajes más conocidos de los retratados son algunos líderes políticos catalanes que encabezaron la reciente rebelión separatista en Cataluña, como Oriol Junqueras, presidente de Esquerra y vicepresidente del sublevado Gobierno autónomo de Cataluña presidido por Puigdemont, Jordi Sanchez, presidente de la Asamblea Nacional Catalana y Jordi Cuixart, de Omniun Cultural.

Además, se incluyen a otros personajes, como los separatistas detenidos por una agresión nocturna a guardas civiles de paisano en el pueblo navarro de Alsasua, o los “titiriteros” detenidos en Madrid en 2916 por su montaje de la obra La bruja y don Cristobal, en la que mostraron una pancarta de apología del terrorismo etarra. También hay retratos de activistas del 15-M represaliados o de anarquistas condenados y encarcelados por actos de terrorismo. Todo ello se presenta como un caso de represalias políticas que dañan las libertades democráticas.
La obra fue retirada por operarios de IFEMA, la entidad en cuyos pabellones se celebró la feria de arte, de forma urgente antes de la inauguración que debían presidir los reyes de España. Inmediatamente surgió una polémica en los medios de comunicación sobre lo adecuado o no de tal medida. Que si se conculca la libertad de expresión artística o si por el contrario no es más que propaganda política de un antidemocrático golpe de estado de la minoría separatista catalana. Ante semejante dilema, lo primero que se nos ocurre preguntar es de que tipo de arte se trata, admitiendo, como hipótesis, la pretensión del artista que la produjo como una obra digna de figurar en ARCO, y admitida en principio por los propios organizadores de la feria, que se les supone expertos en materia artística. En vez de responder, como es habitual en el numeroso público que visita estas ferias, con expresiones de me gusta, o no me gusta, es bella o es horrible, o en caso de un norteamericano, “amazing or not”, vamos a tratar de usar criterios técnicos propios de la crítica filosófica de los objetos artísticos que inicia I. Kant en su Critica del Juicio.

En dicha obra, Kant distingue dos tipos de sentimiento artístico que pueden despertar la contemplación artística: el sentimiento de lo bello o el sentimiento de lo sublime. El primero tiene que ver con las obras del arte clásico y el segundo con las del nuevo arte romántico que estaba surgiendo en su época. Podemos decir que la obra que contemplamos de los 24 retratos no pretende ser bella, ni tampoco despertar el sentimiento sublime de la patria chica soñada por los separatistas. Pues las fotos son todo menos bellas, al estar tachadas y desfiguradas. Tampoco son sublimes, pues no están idealizadas para tratar de despertar el sentimiento de una tarea infinita por hacer, el largo camino a la independencia, que podría reflejarse en estos personajes, vistos como héroes valientes y decididos, como los obreros stajanovistas que pintaba el arte soviético. Creemos, pues, que se necesitan otras categorías artísticas que las usadas por Kant.

La categoría que nos parece más adecuada para captar el sentimiento artístico al que se puede aproximar la obra es la categoría del sentimiento de lo siniestro, que fue brillantemente formulada por el filósofo barcelonés, ya fallecido, Eugenio Trías, en su libro Lo bello y lo siniestro (1982). Dicha categoría fue anticipada ya por otro filósofo de la época kantiana llamado W.F.J. Schelling, quien definía lo siniestro (das Unheinmlich), como “aquello que, debiendo permanecer oculto, se ha revelado”.

Podemos, entonces, interpretar la obra 'Presos políticos en la España Contemporánea' en el sentido de que, ciertamente, nos despierta un sentimiento de angustia debido a que algo, que debía permanecer fuera del espacio cívico propio de una democracia, se le ha permitido revelarse, con la crudeza de una apología de la violencia más siniestra contra las personas, las instituciones democráticas y las leyes constitucionales: cuando contemplamos los 24 retratos, el aliento siniestro de un Golpe de Estado o del terrorismo etarra, se revela al espectador receptor en moldes del retrato artístico, a lo Warhol, helando el corazón del españolito que viene a visitar la feria.


Artículo publicado en El Español (13-3-2018).

martes, 10 de abril de 2018

España como problema filosófico


En los últimos 40 años hemos asistido a un nuevo intento de modernización política en España, tras el despegue de la modernización industrial llevada a cabo por el llamado régimen franquista. Franco, manteniendo la unidad del Estado, tras una cruenta Guerra Civil, de la que salió como general victorioso, pretendió despertar en los españoles el sentimiento de reconciliación nacional, de consciencia y orgullo de pertenecer a una misma nación, no solo histórica, sino política, con proyección de futuro y prosperidad, o como decía el ideólogo del Régimen, José Antonio Primo de Rivera, como unidad de destino en lo universal. Pero, para consolidarse como tal, dicho sentimiento nacional debía pasar por el abandono del andador dictatorial y mantenerse libremente en pie, sin ataduras o soportes.

La ocasión llegó con la muerte de Franco y el final de la Dictadura. Como consecuencia de una pacífica y modélica Transición, que asombró al mundo, se constituyó entonces una Restauración de la Monarquía Constitucional, en la que se abrió, por decisión del Rey Juan Carlos, como nuevo Jefe del Estado, y del franquismo aperturista de Torcuato Fernández-Miranda, Suarez, etc., un Proceso Constituyente democrático en el que, como novedad más desatacada, se introdujo una reorganización territorial del Estado que se aproximaba mucho al Autonomismo regionalista propuesto por Ortega en las Cortes Constituyentes de la II República.

Solo un pequeño matiz enturbió la similitud, como denunció entonces Julián Marías, fiel discípulo de Ortega: la introducción del término “nacionalidades históricas” por presión de los grupos nacionalistas catalán y vasco. No obstante, tampoco tenía que ser ello un obstáculo insuperable, como algunos creen. Todo dependía de la interpretación que los Gobiernos y Tribunal Constitucional diesen al término. Pero sucedió lo peor.

Los gobiernos socialistas, guiados por su concepción federalista del Estado, no tomaron como guía el Autonomismo que Ortega había contrapuesto al Federalismo, sino que, orientados más por el “derecho de autodeterminación” de los pueblos de la doctrina marxista, aunque la abandonasen de palabra, desarrollaron la descentralización como una cesión de soberanía, en tanto que cedieron competencias que Ortega consideraba irrenunciables, como la Educación, las Universidades, e incluso parte de la Justicia y de la política exterior (Embajadas catalanas, vascas, etc.). En tal sentido, lejos de fortalecer el sentimiento nacional, lo debilitaron desviándolo hacia el nacionalismo particularista. La falta de identificación con la enseña nacional constitucional roji-gualda, en regiones enteras de España, es el síntoma en el que aflora el fracaso democrático en el mantenimiento y consolidación de la nación política española.

Ante esta situación, algunos creen que, suprimiendo la descentralización autonómica y volviendo al centralismo administrativo napoleónico, se solucionarían los acuciantes problemas del separatismo y de la tremenda deuda económica que amenaza hasta con no poder seguir pagando las pensiones. De ahí que algunos propongan eliminar las dichosas Autonomías para pagarlas. Pero es esta una visión a corto plazo que ignora la dimensión filosófica del asunto, tal como la planteó Ortega.

España no es un pequeño país, como Irlanda o Grecia o Portugal, y su modernización y constitución como nación política moderna no se conseguirá sin la ayuda de los filósofos, como ocurrió con Inglaterra, Francia o Alemania, donde, por ello, están orgullosos de sus grandes pensadores. En el siglo XX hemos tenido nosotros algunos como Unamuno y Ortega, que se han ocupado, en sus libros y escritos, de analizar nuestra situación como nación y que han influido, con sus Ideas, en el curso de la Historia de España. Más recientemente, Gustavo Bueno ha vuelto también a “pensar España” frente al nacionalismo “fraccionario” del separatismo.

Pero la llamada “clase política” de estas últimas décadas, todo poderosa en cuanto “partitocrática”, sacrificó la identidad nacional española a los delirios particularista de los separatistas vascos y catalanes, a cambio de conseguir el poder en Madrid para sus partidos, olvidando y despreciando las sabias advertencias de tales filósofos. Hoy vemos como eso nos está llevando al desastre. Por eso debemos volver a recordar que el “autonomismo” confederal actual no se puede mantener y, por tanto, mejor que volver al centralismo, hay que volver al autonomismo orteguiano. Pues el modelo del autonomismo propuesto por Ortega no es el de los estatutos de 2ª generación que Zapatero, de modo irresponsable y necio, concedió a Cataluña, sino más bien, creemos, el modelo de un autonomismo que es compatible con el sentimiento de la unidad e identidad nacional española.


Artículo publicado en El Español (2-3-2018)